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Suspendamos nuestra narración para trazar muy a la ligera el cuadro de la época del gobierno de don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, hijo de Madrid, comendador de Criptana entre los caballeros de Santiago, alcaide del alcázar de Segovia, tesorero de Aragón, y cuarto conde de Chinchón, que ejerció el mando desde el 14 de enero de 1629 hasta el 18 del mismo mes de 1639.

Durante los siglos XVI y XVII la pena de muerte en Sevilla se practicaba con tanta frecuencia que como dice muy bien don Aureliano Fernández Guerra, apenas había semana en que no se llevasen á cabo una ó más ejecuciones.

Fernández necesita un empleado en su hacienda de Santa Clara. Allí ganarás un poco más. Temo una cosa.... ¿Cuál? ¿No servir para el caso? ... ¡qué entiendo yo de cosas de campo! Aprenderás, muchacho. No seas tímido, porque nunca harás letra. Estarás allí muy contento. Fernández es persona muy fina. Trata muy bien a sus empleados.

Lo mismo me temo, repuso Isagani, estrechando la mano del dominico; me temo que mis amigos no crean en su existencia de usted, tal como hoy se me ha presentado. Y el joven, dando por terminada la entrevista, se despidió. El P. Fernandez le abrió la puerta, le siguió con los ojos hasta que le vió desaparecer al doblar el corredor.

Tomando por lo serio algunos preceptos irónicos de don Leandro Fernández de Moratín, en su Lección poética, he puesto en mi libro cuanto se ha presentado a mi memoria de lo que he oído o leído en alabanza de una época muy distinta de la presente, cuando era España la primera nación de Europa.

Nació éste, según se cree, en 1576, y fué su maestro en el arte Luís Fernández, que lo fué también de Pacheco, quien á la par de Herrera aprendió el dibujo y las primeras lecciones de pintura.

P. Fernandez, interrumpió Isagani; usted con la mano sobre su corazon puede decir que está cumpliendo, pero con la mano sobre el corazon de la orden, sobre el corazon de todas las órdenes, ¡no lo puede decir sin engañarse! ¡Ah, P. Fernandez! cuando me encuentro ante una persona que estimo y respeto, prefiero ser el acusado á ser el acusador, prefiero defenderme á ofender.

11 El veneno en la guirnalda y la triaca en la fuente, fiesta que se representó á SS. MM., de D. Melchor Fernández de León. 12 El marqués de Cigarral, de D. Alonso del Castillo Solorzano. Comedias de D. Antonio de Solís. 1 Triunfos de amor y fortuna, con loa y entremeses. 2 Euridice y Orfeo. 3 El amor al uso. 4 El alcázar del secreto. 5 Las amazonas. 6 El Doctor Carlino.

Oía yo: ¡la señorita Fernández... por aquí; la señorita Fernández... por allá! ¿Conque no sabía usted el nombre de esa niña? No. ¿No? No. ¿Conque no? ¡No, y no! Pues ya lo sabe usted: se llama Gabriela. Angelina me veía y sonreía como si dudara de mi dicho, como si quisiera sorprender en mis ojos la verdad. No, Angelina: sería una locura eso de que yo pusiera los ojos en esa señorita.

Figura en primer término entre estos autores, el Capitán de navío de Académico de la Historia D. Cesáreo Fernández Duro, que ya por los años 1875 y 76 hizo estudio especial del asunto publicándolo en el Museo Español de Antigüedades y en las Disquisiciones náuticas.