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Compró en Inglaterra un número considerable de trastos viejos, platos, tapices, y adornó la casa con ellos: además, con permiso de su padre, todos los veranos daba una vueltecita por las provincias y regresaba abundantemente provisto de objetos antiguos. La casa de esta suerte llegó pronto a parecer un museo arqueológico: era cada vez más sombría y más triste.

Esta costumbre extraña y aun ridícula a los ojos del artista, a los del cristiano es buena y piadosa. Pero a bien que la capilla del Cristo del Socorro no era un museo; jamás había atravesado un artista sus umbrales: allí no acudían más que sencillos devotos que sólo iban a rezar. Las dos paredes laterales estaban cubiertas de exvotos de arriba abajo.

No había más refugio que el hogar. Don Víctor con su Frígilis y todos los cacharros del museo de manías, don Víctor con el teatro español a cuestas. «Pero la casa tenía también su poesía». Ana se esforzó en encontrársela. ¡Si tuviera hijos le darían tanto que hacer! ¡Qué delicia! Pero no los había. No era cosa de adoptar a un hospiciano.

Aunque notable tambien por su conjunto, el palacio de la Universidad lo es mas por su excelente distribucion interior y la magnificencia de su rotunda Ademas de lo que corresponde especialmente á la Universidad y á varias escuelas anexas, el edificio contiene un buen museo de historia natural y algunas colecciones numismáticas y de antigüedades que no carecen de mérito.

Al tratar de la colección del ilustre Veinticuatro sevillano, dice lo siguiente: "El retrato de Monardes existía en Sevilla en el Museo de Gonzalo Argote de Molina. Este museo, continúa Castro, fué uno de los primeros de Europa en aquel tiempo, y tal vez, el único de España.

El Museo, edificio situado á muy corta distancia, contiene tres coleciones: en la parte superior, la vasta galería de pinturas, compuesta de unos 700 cuadros; en la parte baja, los museos de historia natural y mineralogía.

Mientras Estupiñá admiraba, de mostrador adentro, las grandes novedades de aquel Museo universal de comestibles, dando su opinión pericial sobre todo, probando ya una galleta de almendra y coco, que parecía talmente mazapán de Toledo, ya apreciando por el olor la superioridad del o de las especias, la dama se tomaba por su cuenta a uno de los dependientes, que era un Samaniego, y... adiós mi dinero.

El sol no se enseñoreaba ya sino de uno de los ángulos del salón: al retirarse dejaba claro y nítido el ambiente, en el cual resaltaban con admirable pureza el obelisco del Dos de Mayo y las agujas del museo de Artillería y de San Jerónimo. Los pequeños retrocedían ante la invasión de los grandes a los parajes más apartados, donde establecían nuevamente sus juegos.

Doy, pues, aquí punto, recomendando vivamente á cuantos vayan á Salamanca aquel Panteón, aquel Museo, aquel Libro de Historia que se llama la Catedral Vieja. Fuera ya de ambas Catedrales, las contemplamos todavía largo tiempo y á cierta distancia, admirando el grandioso golpe de vista que ofrecen juntas y como en anfiteatro sobre la colina en que se asientan.

Recuerdo que una vez que observaba el monetario de un museo, provocó mi atención en la leyenda de una vieja moneda la palabra Esperanza, medio borrada sobre la palidez decrépita del oro.