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El agua retozaba en el surtidor y caía desbordante en el pilón. En la superficie del cristalino líquido bogaban pétalos y flores caídos durante la noche. Se me antojaban esquifes, gondolillas maravillosas en que bogaban seres invisibles. Volvía yo a mi cuarto. A poco principiaba Angelina su matinal faena. Pronto resonaba en el corredor el ruido de su escoba.

Y dice también... prosiguió la santa señora, en un arranque de indiscreta sencillez, dice... que.... Comprendí la inconveniencia de mi tía, y la interrumpí. Tía, ¿qué tal, está bueno el soconusco? Pero ella no me oyó, o no quiso oírme. Dice que si ya.... ¡Tía! exclamé sin poderme contener. ¡Eso no debe decirse! ¡Adiós! ¿Y por qué no? Porque no. Angelina, turbada, nos veía con penosa curiosidad.

Salí de allí muy alegre y regocijado. Angelina salió a encontrarme. Doña Carmelita ha tenido un ataque horroroso, ¡como nunca! Hace mucho tiempo que estaba bien: comía con apetito, dormía tranquilamente.... Es cierto que iba perdiendo las fuerzas, pero no tenía esos ataques, esas convulsiones que a me asustan.... Corrí al cuarto de la enferma.

Me amaba; había escuchado mis ruegos; me había dado su corazón, aquel corazón hecho pedazos por el dolor, y yo pagaba tanta ternura con el olvido. ¡No; mi conducta era infame, inicua, vergonzosa! ¿Qué amaba yo en Gabriela? ¿La hermosura, la discreción? También Angelina era hermosa y discreta. ¿La elegancia?

Terminado el trabajo, a eso de las cinco, nada de tertulia en la botica, nada de oir tocar a la señorita Fernández. A mi casita, a mi pobre casita, que me parecía un alcázar. Si acaso, y eso de cuando en cuando, a visitar al dómine o a charlar con Andrés. Los domingos, de vuelta de misa, a conversar con las tías y con Angelina, a leer, a escribir.... Por la tarde al patio.

Se llevaron de avíos más de cinco pesos, pero, eso , ¡son de papel muy fino! No han escrito de San Sebastián, ni Angelina ni el Padre; será porque han tenido mucho a que atender con las fiestas de Semana Santa.

Un día que hablábamos de eso salió diciéndome: «, señora, ¿por qué no?» Y es muy capaz de ser un modelo de hermanas de la Caridad; lo mismo para enseñar a los niños, que para cuidar a los enfermos. El señor Cura dijo el otro día, en casa de don Román, que no hay en las Conferencias de San Vicente otra socia como Angelina.

Al pasar por la cocina hablaba en voz baja con señora Juana; encendía un puro, y se iba. Jamás se atrevió a fumar delante de mis tías. Angelina, tan desdeñosa conmigo cuando estábamos solos, en presencia de mis tías se mostraba amable y obsequiosa. Cuando yo no la veía me miraba; cuando yo clavaba en ella los ojos volvía el rostro encendida y ruborosa. ¿Me amaría la doncella?

Pero, óyelo, óyelo: ninguna te amará como yo; ninguna tendrá para este amor que encadena mi alma a la tuya; amor que es mi dicha y desgracia. Se ha hecho dueño de mi corazón, le ha dominado por completo, y ahora, y siempre, será objeto de todos mis anhelos, consuelo mío en todas las horas de dolor. Angelina, ¡no hables así!... ¡Mira que me atormentas! Apura hasta las heces el cáliz del dolor.

Ya no te acordarás de cómo son las misas de aguinaldo.... No son como antes, ¡cuándo! pero verás cómo te gustan. ¿Qué allá en México no hay misas así? Mientras mi tía hablaba, Angelina puso en orden las cosas de las mesas; cerró cajas y cajitas; las alineó en un extremo, recogió los alambrillos dispersos y tapó el cacito del engrudo para que los ratones no hicieran de las suyas en él.