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Los tres blasones de España es, al contrario, una obra caprichosa y desordenada, cuyo argumento fué manejado también por Antonio Coello, como si Rojas solo no hubiera bastado para encerrar en ella tantos despropósitos. El primer acto es de la época de las guerras de Pompeyo en España.

Su amor propio le sugirió la idea consoladora de que había ido, no por su gusto, sino arrastrada por Antonio, quien tenía interés en aturdirla y aun corromperla, por aquello de que «á río revuelto ganancia de pescadores». Se detuvo un instante á calcular adónde podrían haber ido, y después de pesar atentamente las probabilidades resolvió encaminarse al teatro Principal. El salón estaba ya lleno.

Se habían colocado en el gran salón de la planta baja de la casa dos mesas paralelas. Aquella sociedad diseminada se reunió instantáneamente a la palabra santa de «a comer» lanzada a los cuatro vientos de la finca por la ruda voz de Manín y por la argentina de Manuel Antonio.

El papel de avisos enviados al Rey, que ahora sale á luz por vez primera , servirá de esclarecimiento. De todos modos, temeroso de asechanzas, en el Bearn, Antonio Pérez , nada tenía que hacer.

Las últimas noticias, comunicadas por D. José Antonio Zavala, que se está fortificando en los 21° de latitud, nos aseguran, que desde allí á Coimbra, que se halla en 19° 53' tampoco hay tierra poblable en la costa occidental de este rio.

Aquel tirón derribó a los tripulantes. Antonio, soltando el timón, se vio casi en las olas; pero sonó un crujido y la barca recobró su posición normal. Se había roto el aparejo, y en el mismo instante apareció el atún junto a la borda, casi a flor de agua, levantando enormes espumarajos con su cola poderosa. ¡Ah, ladrón! ¡Por fin se ponía a tiro!

A primeros de Noviembre se descubrió un canal que corría de Oriente á Poniente, y sospechando fuese el paso que comunicaba el Atlántico con el mar del Sur, mandó el Almirante fuese de exploradora la San Antonio, cuya nave volvió con la fausta nueva, de que el canal que acababa de recorrer vertía sus aguas en las saladas ondas de los mares que buscaban.

D. Fernando VII. En cuyo respuesto, si puede, pide tambien que al Sr. Síndico Procurador se le habilite con voto decisivo en este Exmo. Cuerpo. Por el Sr. D. Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, se dijo: Que reproduce el dictámen del Sr. D. Cornelio Saavedra en todas sus partes, añadiendo que tenga voto decisivo el Sr. Síndico Procurador general. Por el Sr.

Fray Domingo oyó con atención todo esto y mucho más que dijo fray Antonio, y acabó por convencerse de que había duendes; unos prosáicos, otros poéticos como el de D. Pedro y doña Eulalia, sin que la teoría de fray Antonio pugnase en manera alguna con la verdad católica, pues redundaba en mayor gloria de Dios, hasta donde alcanza a concebirla el limitado entendimiento humano. El Sr.

Como ahora se hallaba desprovista de pámpanos, habían echado por encima algunas sábanas para guardarse del sol de Febrero que ya quemaba. Á las dos mujeres se habían agregado algunas otras y les hacían compañía Antonio, Frasquito, Manolo Uceda y algún otro joven.