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Pero vió en los ojos de la infeliz un pensamiento de desesperación tan terrible, que tuvo el presentimiento de una desgracia inmediata. La voz del traspunte se oyó en el pasillo: Á escena para el último acto... Y al pasar cerca de la puerta: Miss Hawkins, ¿se puede empezar? , respondió Lea tranquilamente, ya bajo.

Y no piense el que lea aquesta história Que al falso Yamandú perecedero Le falta quien levante su memoria, Que en mi tiempo murió: mas su heredero Levantar procurò su fama y gloria: Y lo hizo en mas grado que el primero. Así que Yamandú, es el dictado, Y nombre que se pone el que ha heredado. De aquelle trataremos adelante, De sus embustes, falsos y marañas.

Abrí y Sorege entró en casa sin sospechar que no estaba sola. Sin sentarse me dijo en seguida: ¿Espera usted á Jacobo? No vendrá. ¿Por qué? Porqué está en otra parte. ¿En el círculo? No, acaba de salir de allí. Se reía al hablar así, el monstruo, sabiendo todo el mal que me hacía. Palidecí y él me dijo: Mírese usted en el espejo, Lea, y vea su cara descompuesta.

30 Y entró también a Raquel; y la amó también más que a Lea; y sirvió con él aún otros siete años. 31 Y vio el SE

Jacobo se sentó sombrío y cansado en un sofá, y seguro ya de saber lo que con tanto ardor había deseado, se dispuso á escuchar sin prisa. Lea, inclinada hacia él, con la cara ensombrecida por una violenta emoción, los codos sobre las rodillas y balanceando el cuerpo por un movimiento inconsciente, habló con voz entrecortada: Bien sabes cuánto te he amado y con qué pasión tan exclusiva.

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello.

Le hemos metido vivo en una tumba tan segura como la que tendría estando muerto. Puede usted, pues, vivir tranquila. Será preciso solamente que tenga usted la energía que sabe demostrar cuando hace falta. Es usted, Lea, una verdadera mujer, capaz de todas las generosidades y de todas las infamias. Yo la adiviné y por eso la amo.

Yo que he sido profesor de primera enseñanza, yo que he escrito obras de amena literatura tengo que dedicarme a correr publicaciones para llevar un pedazo de pan a mis hijos... Todos me lo dicen: si yo hubiera nacido en Francia, ya tendría hotel...». Eso es indudable. ¿No ve usted que aquí no hay quien lea, y los pocos que leen no tienen dinero?...

has reconocido á Lea en Jenny Hawkins; también Tragomer la reconoció; pero yo estuve engañado más tiempo que vosotros y solamente al fin de mi viaje, cuando Tragomer me encontró en San Francisco, logré descubrir la identidad de la cantante. Pero he sido engañado como vosotros...

Y dormías tranquila creyéndome en una tumba más segura que la tuya. Yo también he salido, sin embargo, y vengo á pedirte cuenta de todo lo que he sufrido. Lea movió la cabeza y dijo sordamente: ¿Has sido solo el que ha sufrido? ¿La responsabilidad de lo ocurrido es de los demás ó de ti mismo? ¿Es posible que hayas olvidado lo que hiciste?