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Cuyas espresiones, oidas por uno de los indios que le acompañaban, dispuso la honda en accion de despedir la piedra contra él; lo que advertido por Alonso Mesias, cabo de su propio cuerpo, arrancó una pistola, y con la bala atravesó el pecho del agresor, antes que acabase de poner en práctica su comenzado intento.

Poco instruido, aunque había adquirido de oídas cierto grado de cultura intelectual, manifestaba altivo menosprecio por los libros y profunda conmiseración por aquellos que a escribirlos se consagraban. ¡Para qué eso!

- me harás desesperar, Sancho -dijo don Quijote-. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta? -Ahora lo oigo -respondió Sancho-; y digo que, pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco...

Reprodujeron los Jerónimos las razones de su anterior negativa, y oídas por el señor de Oropesa, exclamó sin vacilar: «Pues bien: hoy por , mañana por mis descendientes, me obligo á cubrir todas las necesidades del Monasterio de Yuste

Surgía en él el amor vehemente de los Luna por aquella giganta que era su eterna madre. Pero no la admiraba a ciegas; como todos los suyos: quería saber el por qué y el cómo de las cosas; comprobar en los libros las noticias vagas oídas a su padre con más carácter de leyenda que de hechos históricos.

Recordaba con pavor ciertas historias de la huerta oídas en la fábrica: el miedo de las jóvenes á Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa: desalmados que, aprovechándose de la obscuridad, empujaban á las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco ó las hacían caer detrás de los pajares.

Conocía bastante de vista y de oídas a la mayor parte de las personas que ocupaban los aristocráticos trenes que cruzaban lentamente guardando fila, pero no trataba a ninguna: el barón de Aguilar con su señora, la marquesa viuda de Istúriz con su hija, después los señores de Pérez Blanco, en seguida el embajador inglés, luego la señora de Manzanillo con sus tres hijas, unas señoras que no conocía, un consejero de Estado próximo a ser ministro, el banquero Mendiburu con su señora y hermana, la generala Bembo:... a ésta la conocía.

Pero era demasiado buen hijo y buen hermano para permitirse jamás el despilfarro de tomar un vaso de vino. «El vino, el amor y el tabaco» eran para él artículos fabulosos, que sólo conocía de oídas. Con mucha mayor razón ignoraba los placeres del teatro, tan caros para los obreros de París.

En una ocasión había oído a la duquesa de Medinaceli al cruzarse los carruajes, decir a su compañera: «¿Estará casada esta niña tan lindaDe aquellos tres meses en Madrid, le había quedado una visión poética, un recuerdo confuso de sus placeres, y cierto prurito de imitar con los pobres medios de que disponía en la villa a las damas encopetadas de la corte, cuyas costumbres sólo conocía de oídas.. Así, por ejemplo, cuando salía de casa, que era pocas veces, solía hacerlo en carruaje, sobre todo si iba al teatro.

La luz y los ruidos llegan por sacudidas, y las esquilas de los rebaños, oídas repentinamente y olvidadas después, perdiéndose entre el viento, suenan de nuevo bajo la puerta desencajada, con el hechizo de un estribillo de canción... La hora exquisita es el crepúsculo, un poco antes del regreso de los cazadores. Entonces el viento está tranquilo. Salgo un instante.