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Yo he comprado mis cuadros y cuando hayan estado treinta años en mi galería y los hayan visto todas las personas que me conocen, nadie dirá, si quiero venderlos, que puedan ser falsos, pues saldrán de mi casa y yo soy muy conocido. El razonamiento, dijo Tragomer, no deja de ser justo. El pabellón da valor á la mercancía.

Miss Harvey extrañaría con razón mi partida y yo no tendría gusto alguno en marcharme. Seguiré á ustedes, pues, con el pensamiento. Entretanto, amigo mío, interrumpió Tragomer, que temía verse descubierto por su astuto interlocutor, va usted á presentarme á miss Maud Harvey como ha prometido...

Que mi secreto corra mañana por las calles, por los salones y por los periódicos. ¡Oh! Aquello fué un grito de reprobacción general y el mismo Maugirón abandonó el partido de Cristián y se pasó al enemigo, gritando más fuerte que todos. ¡Abajo Tragomer! ¡Fuera Tragomer!

Era amigo de aquel desgraciado como usted, no más. ¿No ha dicho á usted entonces los lazos que le unían á la familia Freneuse? Miss Maud fijó en Tragomer su clara mirada. El joven se sonrió. Es verdad; la señorita de Freneuse era mi prometida cuando ocurrió la catástrofe que echó por tierra todos nuestros proyectos. ¡Oh!

Precisamente la certidumbre de que Sorege no hablaba nunca con franqueza era lo que alejaba de él á Tragomer, el cual decía con frecuencia á Freneuse cuando éste le acusaba de su alejamiento: ¡Qué quieres! ¡No lo puedo remediar! No me gusta nada ese joven. Cuando estoy al lado suyo me parece que tiene puesta una careta.

El viejo Chambol, amigo inseparable de Marenval, interrogó con una especie de inquietud al joven, cuya gravedad contrastaba tan fuertemente con la alegría de aquella comida. ¡Eh! señor de Tragomer, ¿qué le pasa á usted? ¿Es que ese charlatán de Maugirón le ha impresionado con sus paradojas? ¿Ó es que la declaración de nuestra gentil Lorenza le parece á V. un cataclismo social?

Y el capitán señaló orgullosamente al pabellón británico que flotaba en el palo de popa. ¿De modo que está usted enteramente tranquilo? preguntó Tragomer. Estoy en el mar qué pertenece á todo el mundo; soy dueño de mi barco; y si alguien quisiera hablarme, le respondería con esto.

Entonces Tragomer, cubriendo con una mirada á su interlocutor, dijo recalcando las palabras hasta darles un tono amenazador: Dime; ¿has conocido á miss Harvey durante tu viaje á América? Sorege no levantó los ojos, siguió cerrado é impasible, pero se levantó lentamente, cogió un cigarrillo y le encendió en la chimenea, como si quisiera tomarse tiempo para reflexionar.

Pero, usted, Marenval, con su fortuna, ¿por qué no viaja usted? El defecto capital de Marenval era la vanidad. No pudo pues privarse del placer de deslumbrar á Harvey, y dijo, sin calcular el alcance de sus palabras: Pues bien, será usted complacido, Harvey, porque voy á hacer un viaje á ultramar con Tragomer... No terminó, porque la mano de Cristián, le apretó fuertemente el brazo.

Tragomer, usted no lo dice todo, exclamó con emoción el magistrado; á pesar de todo, desconfía de ... ¿Trata usted de hacer evadirse á Jacobo la Freneuse?