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En él de día y de noche a sus gustos se dedica, y aun harto se mortifica en no dormir en el coche.» Y Calderón, en la jorn. Cayó en gracia esta frase, y los poetas la llevaron y la trajeron, como a la Inés de Yo te lo diré después, y como un siglo antes habían llevado y traído a la bella malmaridada.

Y ¿por dónde si no? replicó su hija . ¡Pues si he estado a pique más de dos veces, en estos últimos días, de pedírtelo como un gran favor! ¿No conoces bien mis gustos? ¡Canástoles!... De manera que todo lo que te he estado predicando... Sermón perdido, papá del alma... ¡Y cuidado que te había salido bien! ¡Qué lástima! ¡Aduladora!

Los hombres, aun cuando son buenos, no comprenden tantas cosas, las cosas que no se piden; mientras que mi papacito...» Y también de este hecho encontraba una explicación: «Como quiso tanto a mi pobre mamá, tomó todos sus gustos, sus hábitos, su modo de pensar y de sentir.

Pero el doctor se opuso a tales deseos. Si iba a Madrid, ¿qué sería del triste rebaño que encontraba en él salud y protección? Además, él era un sedentario. Se sentía ligado a aquella vida de estudio y soledad, en la que cumplía sus gustos sin obstáculo alguno.

Doña Justa y su esposo averiguaron enseguida que el enamorado de Soledad era de buena familia y que estaba bien, es decir, lo referente a su origen y fortuna; pero de sus ideas, sus gustos, sentimientos y costumbres, de lo que más puede influir en el porvenir de una mujer, nada inquirieron, ni pararon mientes en ello.

En vez de pedir merienda la cogía del aparador: espíritu de conquista, decía el general. Agradábale sobre manera ir limpio, bien vestido y majo: gustos aristocráticos, pensaba el buen señor. Una vez en la calle, viendo reñir a dos muchachos, y caer debajo al más débil, se arrojó a su defensa: clara muestra de comprender la misión de su nobleza.

Durante doce años tuvo que dedicar sus cuidados a su anciano marido y a sus dos hijas, llevando una vida monótona e incómoda, pues el coronel, a causa de la gota, que le sobrevino con la edad, había adquirido un carácter agrio y mostraba gustos difíciles. La muerte de su marido la libró de tales incomodidades.

El alcalde de Zalamea. Amar después de la muerte. Luis Pérez el Gallego. El sitio de Breda. Gustos y disgustos son no más que imaginación. Saber del mal y del bien. En esta vida todo es verdad y todo es mentira. El mayor monstruo los celos. Los cabellos de Absalón. Las armas de la hermosura. La gran Cenobia.

Los tiempos habían cambiado y las circunstancias también; y lo que halagaba mucho ciertas debilidades del padre, no lo aceptaba, por instintivas resistencias, la hija. Simón lo sabía sin que nadie se lo hubiera dicho, y lo había tomado muy en cuenta para ajustar su conducta a los nuevos gustos.

Los dos primos se contemplaron con una curiosidad no exenta de recelo. Les ligaba un parentesco íntimo, pero se conocían muy poco, presintiendo mutuamente una completa divergencia de opiniones y gustos. Al examinar Argensola á este sabio, le encontró cierto aspecto de oficial vestido de paisano.