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Hablaba con tal seguridad e indiferencia no exenta de desdén, que su hija tenía que optar entre dar rienda suelta a la lengua, romper con su padre de un modo violento, o marcharse. Decidióse, después de un instante de vacilación, por esto. Giró sobre los talones, y sin una palabra de adiós salió de la estancia y se metió en el coche, en un estado de excitación que hacía temblar todo su cuerpo.

XIX, confirmación que, escrita con la sencillez primitiva no exenta de la tosquedad y rudeza propias de la edad media, dice así: «Según cuentan los viejos, en el tiempo pasado de Teruel ayusso toda la tierra hera de moros.

El cura siguió paseando y desenvolviendo su sistema terapéutico, fundado casi exclusivamente en el algodón y la lana. Andrés le examinaba en tanto con viva curiosidad no exenta de miedo, imaginando que había hecho muy mal en venir a caer en las garras de aquel salvaje.

Al emprender esta particular, totalmente exenta de preocupaciones políticas, habré conseguido el objeto que me propongo, siempre que pueda cooperar á los nobles pensamientos de mejora y de progresos para Bolivia, que ocupan incesantemente á S.E. el general Ballivian, como tambien si alcanzo, con este largo trabajo, á dar á los Bolivianos una prueba de mi agradecimiento y de mi adhesion á todos.

Al divisar el señorito L'Ambert los bonetes encarnados de nuestros dos personajes, comprendió a qué habían venido, saludolos cortésmente y tomó la palabra con cierta altanería, no exenta de distinción. Caballeros les dijo, como soy el único habitante de este hotel, no temo equivocarme al suponer que me hacéis el honor de venir a mi domicilio. Soy L'Ambert, si me permitís que me presente yo mismo.

Si pido a usted un servicio... un gran servicio que sólo usted puede prestarme, ¿querrá usted? Ciertamente, si puedo hacerlo... y... ¿Y qué?... Y si no hace falta para ello faltar a ningún deber. Por sus labios pasó y se desvaneció la sombra de una sonrisa no exenta de lástima.

María se levantó bruscamente de la silla y le dijo con cierta dulzura no exenta de severidad. Ricardo, no vuelvas a hacer eso. ¿Pues? Porque no me gusta. ¿Desde cuándo? Desde siempre; no seas tonto. Estas palabras las dijo ya con enojo, y señaló otra etapa desgraciada de los amores de Ricardo.

Pues a esta sensación perturbadora añadíase al presente una inquietud vaga, no exenta de voluptuosidad, que me apretaba la garganta y me producía un cosquilleo grato. Pensaba en los ojos de la hermana San Sulpicio. Y como si el tren, con su marcha pujante y vertiginosa, me dotase del poder que me faltaba para hacerla mía, sentíame feliz hasta llorar.

Recordaban aquellas enormes fábricas de madera pintada, con su lanza semejante a un mástil de buque y sus ruedas cual piedras de molino, las carrozas sagradas de los ídolos indios o los carromatos simbólicos que güelfos y gibelinos llevaban a sus combates. La gente pasaba revista con una curiosidad no exenta de ternura a la fila de rocas, como si su presencia despertara gratos recuerdos.

Y la misma monotonía del agua al caer constantemente sobre los árboles con triste rumor, engendra una soñolencia feliz, no exenta de voluptuosidad para los que nada tienen que hacer fuera de casa, y encuentran en ella las comodidades y refinamientos que la civilización proporciona a los ricos.