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¡Ah! francamente dijo riendo la señora de Maurescamp , si he de dar crédito a las voces que corren, os halláis muy lejos de los amores de los ángeles. ¿Qué queréis? Me han desanimado dijo el señor de Lerne riendo a su vez . ¿Me permitís, señora, contaros una historia escandalosa?... Me interesará mucho... pero supongo que tendré que irme a la mitad. Yo no lo creo.

¿Qué deseas que yo te ordene? replicó ella con una acritud mal disimulada por su sonrisa. Comer con vosotros esta tarde, si me lo permitís. Pues bien, ve á ponerte un frac y vuelve á las siete. Muchas gracias. Voy á Montretout. Durante mi ausencia tendréis el tiempo necesario de preparar á nuestros parientes y amigos para mi aparición.

En él estaban solas dos personas: Juan Montiño y el finchado hidalgo don Bernardino de Cáceres. ¿Me permitís, caballero? dijo la Mari Díaz tocando Suavemente en un hombro á Juan Montiño, y con la voz más dulce del mundo. El joven se volvió y vió á la comedianta que le saludó Con una graciosa inclinación de cabeza y una sonrisa.

Al divisar el señorito L'Ambert los bonetes encarnados de nuestros dos personajes, comprendió a qué habían venido, saludolos cortésmente y tomó la palabra con cierta altanería, no exenta de distinción. Caballeros les dijo, como soy el único habitante de este hotel, no temo equivocarme al suponer que me hacéis el honor de venir a mi domicilio. Soy L'Ambert, si me permitís que me presente yo mismo.

¡Tanto mejor! repuso ella. ¡Bueno! continuó el baróncito, tomando su sombrero . ¡De acuerdo!... ¿Me permitís que os un beso en la mano? ¡Con mucho gusto! y le tendió la suya enguantada. Julio Grèbe salió con aire de triunfador, ganando la calle por la escalera privada de su departamento.

Á fe mía, Roger, dijo éste, que hubiera preferido ver á Carlos de Navarra disputarnos el paso de esos montes, que tengo entendido fueron teatro de un reñido combate en el que perdió la vida cierto valeroso Roldán. Si me lo permitís, señor barón, repuso Reno, os diré que conozco bien el país por haber servido á las órdenes del rey de Navarra.

Es que no es nada divertido el viaje. No es preciso que vos me acompañéis, tío, por eso os ruego que no lo hagáis, me estorbaríais. Quiero ir sola con la vieja ama de llaves, si es que me lo permitís. Haz como quieras. Mi carruaje, te llevará hasta C *, donde te será fácil hallar otro que te lleve hasta el Zarzal. ¿Cuándo quieres ir?

El corazón cerrado a la piedad... ¡Si basta entrar allí para convencerse!... Estampas de reos liberales en las paredes, periódicos perversos de los que venden por las calles, comedias o noveluchas que lleva ese Millán de la imprenta y que permitís leer a Leocadia, libros malos... y en toda la casa no hay una imagen de la Virgen ni una cruz de palo... Yo no mando... Pues es necesario que mande Vd.

Pues esta causa tengo yo por clara, Por donde Satanás tanto procura, Con su mala intencion inicua avara, Que nuestra Armada nunca esté segura. Que en su tanto le quita el cetro y vara, Y viendo su reinado poco dura, Movido de rencor y crudo duelo, Con las ondas del mar enturbia el cielo. ¡Gran Dios, Señor inmenso y soberano, Que permitís azote, como vemos, Aqueste Satanás con cruda mano!

Entonces, ¿qué es lo que más os ha gustado? Los toros. Aquí se paró la conversación. Al cabo de diez minutos de silencio, la condesa le dijo: ¿Me permitís que ruegue a vuestro marido que se ponga al piano? Cuando gustéis respondió María. Stein se sentó al piano. María se puso en pie a su lado, habiéndola llevado por la mano el duque. ¿Tiemblas, María? le preguntó Stein.