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Este anankée era un regato, el cual regato nacía en un cerro vecino; y dejando morirse de sed durante el verano a la pobre campiña que atravesaba, tenía la desvergüenza de inundar varias veces cada invierno, y merced a las aguas que le prestaban las lluvias y las destilaciones del cerro, la parte más baja de la villa a cuya proximidad pasaba.

Si lo hubiese querido, habríale hecho pasar a latigazos por uno de esos arcos de papel, por donde ella pasaba todas las noches en el circo; pero prefirió hacerse regalar un lindo hotel en las cercanías del Bosque de Bolonia con todo lo necesario para vivir en él confortablemente.

En la actitud de su novio adivinó en seguida lo que pasaba. Pues bien, señora, lo que tengo que manifestar a usted es que, lo mismo Carlota que yo, deseamos casarnos cuanto más antes. ¡No, no! ¡yo no! exclamó la joven encendida en rubor y echando a correr. D.ª Carolina se mostró sorprendidísima. ¡Pero eso es un escopetazo, Costa!

Recogíamos conchas, trozos de espuma de mar, mangos de cuchillo y piedrecitas negras, amarillas, rosadas, pulidas y brillantes. Al anochecer saltaban los pulgones en el arenal, y los agujeros redondos del solen echaban burbujas de aire cuando pasaba por encima de ellos la ligera capa de agua de una ola.

Dios, que cuando tiene tiempo penetra en el corazón de los mortales, sabe que Cristeta no era fácil ni liviana: lo que pasaba era que le había llegado su hora.

Llené mi cartera de letras sobre Londres. Descendí a la calle con el furor de un buitre que hiende el aire en busca de su presa. Pasaba un carruaje vacío. Le detuve gritando: ¡A los toros! ¡Son diez reales, mi amo! Introduje la mano en la cartera cargada de millones y saqué las monedas que tenía: 75 céntimos... El cochero fustigó el anca de la yegua y siguió refunfuñando.

Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos

Su pan se lo pasaba á la mula, dándole además generosamente los piensos guardados en un saco sobre las ancas del animal. Podía comerlos todos: lo importante era que continuase marchando.... Pero una mañana, en mitad de la jornada, cuando Ovejero se creía cerca de la tumba, el animal dobló sus patas y acabó por tenderse en el suelo.

Así que le oyó salir de casa, se echó con mano trémula un mantón sobre los hombros, y acompañada de su doncella, que era su encubridora perpetua, encaminose a casa del excusador. Las piernas le flaqueaban de placer, el corazón le latía fuertemente. Lo raro del caso es que no se le pasaba por la imaginación que aquel amor era sacrílego. No sentía remordimientos.

Sin embargo, no las tenía todas consigo, porque como se dan casos de que salga fallido lo que el corazón anuncia, pasaba el pobre chico horas de verdadera angustia, y a solas en su casa, se metía en unos cálculos muy hondos para averiguar el estado de los sentimientos de su querida. Rápidamente pasaba de la duda más cruel a las afirmaciones terminantes.