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Todavía era preciso afinar aquel dicterio de unitario; fué primero lisa y llanamente unitarios, más tarde los impíos unitarios, favoreciendo con eso las preocupaciones del partido ultracatólico que secundó su elevación.

Dijo esto sencillamente, sin malicia; pero Gallardo creyó adivinar en su voz cierta burla, y bajó la cabeza, al mismo tiempo que se coloreaban sus mejillas. «¡Mardita seaLas preocupaciones profesionales resurgieron en su pensamiento. Todo lo malo que le ocurría era porque no se «arrimaba» ahora a los toros. Ya se lo decía ella claramente.

Es tenaz, leal y valeroso por orgullo, como es intolerante en religión y preocupaciones de raza y dinastía, pródigo, obsequioso, apostador, reservado, bebedor y todo lo demás por orgullo.

Era el encanto del pecado, el sabor agridulce de lo prohibido, el perfume canallesco, que entraba como una ráfaga de vendaval en el aburrimiento de su vida, volcando todas las preocupaciones y los escrúpulos. Sánchez Morueta, al considerarse culpable, se sentía más hombre. El remordimiento era una manifestación de vida que le sacaba del letargo de su existencia.

Vivía además en una época en que la inteligencia humana, recientemente emancipada, había desplegado mayor actividad y entrado en una esfera más vasta de acción que lo que había hecho durante muchos siglos. Nobles y tronos habían sido derrocados por los hombres de la espada; y antiguas preocupaciones habían sido destruídas por hombres aun más atrevidos que aquellos.

Todos, al pisar el muelle, habían sentido que pertenecían al suelo firme, recordando de pronto las preocupaciones de su existencia anterior. La tierra recobraba sus derechos sobre ellos, y al volver al buque eran otros.

A no estar trastornado por sus preocupaciones, don Juan hubiese comprendido mirándola, que la esbeltez de aquella mujer era incompatible con la maternidad. Cuando aumentó repentinamente la intensidad del alumbrado, Julia y el chico lanzaron a dúo un ¡aah! formidable. Cristeta se sonrió, y a don Juan le pareció que de aquella sonrisa había brotado la claridad.

El amor había ahogado entonces todas las preocupaciones; pero ahora se trataba de una explotación deshonrosa, de una venta que sólo el suponerla le producía vergüenza y rubor. La altivez le hacía recobrar su puesto.

Y Febrer lanzaba carcajadas escuchándole, mientras el marino se decía que este Jaime era un buen muchacho, digno de mejor suerte, sin otro defecto que ser un butifarra algo pegado a las preocupaciones de familia.

¿Pero no deseas la dignificación de los tuyos? ¿No te irritas de que miren a los de «la calle» como personas diferentes a las otras?... ¡Qué mejor que este matrimonio para combatir las preocupaciones!... El capitán agitó las manos para expresar su duda: «¡Ta, ta!... El matrimonio no probaba nada.