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Y al fin, fin, de espada y capa Dará a las salas comedias, Y al teatro para el vulgo De divinas apariencias. Por ser muy raro el tomo II de las Comedias de poetas valencianos, y porque además suele faltar en algunos ejemplares la apología de la comedia española, que le precede en otros, la copio á continuación: "APOLOG

Y según iba cantando eran menos negras las sombras, y corría la sangre más caliente en las venas del emperador, y revivían sus carnes moribundas. La Muerte misma escuchaba, y le dijo: «¡Sigue, ruiseñor, sigue!» Y por un canto, le dio la Muerte la corona de oro: y por otro, la espada de mando: y por otro canto más, le dio la hermosa bandera.

Levantose y miró un momento hacia afuera. Una mujer, cubierta de un velo verdoso, bajaba de prisa por la cuesta; y la canción caía y se alejaba con ella graciosamente. Otra mañana, recogiendo leña por el contorno, descubrió al pie de un árbol una espada cubierta de herrumbre. Llevola a su escondrijo y frotola fuertemente con la arena humedecida.

Quevedo permaneció inmóvil con el sombrero echado al costado derecho y la mano izquierda puesta sobre los gavilanes de la espada. Esta situación duró algún tiempo.

No, caballero insigne; decía que el quijotismo español de hoy se parece al antiguo, como se parece el mulo al caballo. Por lo demás acepto el reto de usted y nos batiremos a la jineta, a pie, con sable, espada, lanza, honda, ballesta, arcabuz, o como usted quiera. Pronto partiré de Cádiz, quizás mañana mismo. Disponga usted de cuando guste.

Su entrada fue magnífica, y un murmullo de respetuosa simpatía acogió a la ilustre pareja, que apareció en la puerta, apoyada en la juventud la vejez, como una esperanza evocando un recuerdo, como una alegoría de la experiencia conduciendo de la mano al valor, a depositar una espada sin mancilla en las gradas del trono.

Estaba tan bien con el arma luciente en la mano y la mirada relampagueando como la espada; era tan fuerte y ágil, que me pareció verdaderamente un ser destacado de una de esas novelas de Walter Scott que tanto me agradan.

En general don Víctor envidiaba a todo el que dejaba ver la contera de una espada debajo de una capa de grana, aunque fuese en las tablas y sólo de noche.

GÓMEZ. ¡De ninguna manera! No somos de la misma familia. ¡Además, yo no ni coger una espada...! EUSTAQUIO. ¡Bah! Ya le enseñaré a ponerse en guardia. No lo matarán. Apenas le herirán levemente. ¡Y esto es lo esencial! Mi amigo riñó ayer con un borracho... EUSTAQUIO. ¡, ! ¡Ya lo ...! ¡En el cabaret de Lutecia...! PRUNE. ¿Cómo se ha enterado usted...?

Ahora que estaba convencido de la ridiculez de su aspecto, abiertos como alas los faldones del levitón é incesantemente repelidos por unas piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda espada. Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del descampado; tal vez hasta donde aguardaban los automóviles. Luego consideró con turbación el terreno medido.