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, Mabel, otra vez estamos de vuelta le dije, estrechando su mano entre las mías y mirándola a los ojos. ¡He descubierto el secreto de su padre! ¿Qué? gritó con ansiosa sorpresa, ¿lo ha descubierto? Dígame lo que es... dígamelo insistió sin aliento.

Un secreto le dijo a su madre, y luego le dijo: «¡Déjame irPero le dijo «caprichosa» su madre: «¿y tu muñeca de seda, no te gusta? mírale la cara, que es muy linda: y no le has visto los ojos azules». Piedad se los había visto; y la tuvo sentada en la mesa después de comer, mirándola sin reírse; y la estuvo enseñando a andar en el jardín.

Antes de llegar a la puerta del gabinete de su padre, la Amparo se interpuso delante de ella, pálida, mirándola fijamente, con ojos agresivos. ¿Dónde va usted? preguntó con voz ligeramente ronca por la emoción. ¿Quién es usted? respondió la dama alzando la cabeza con soberano desdén y mirándola de arriba abajo. Yo soy la señora de esta casa repuso la malagueña poniéndose aún más pálida.

Habla en esta ocasión, como Oliverio, y, sin embargo, no hay nadie que se parezca a él menos que usted. ¿Le parece a usted? dije mirándola apasionadamente para dominarla de nuevo, ¿en verdad cree usted que somos tan diferentes? Pues yo creo, por lo contrario, que nos parecemos mucho.

Apenas me escucháis dijo . ¿Qué tenéis? Nada. ¿Habéis llorado? Puede ser. ¿No soy vuestro viejo amigo, para recibir la confidencia de vuestras penas? Yo no tengo penas... No lo que tengo... Tomole con firmeza las dos manos acercándose más y mirándola fijamente. ¡Pobre hija mía! dijo a media voz , ¡si supieseis cuánto os amo!

De rato en rato y a hurtadillas, yo echaba una miradita a Pablo. Miraba a Blanca con una expresión tal, que me daban ganas de estrangularla. ¡Qué aire de idiota tiene! decíame yo, mirándola así, con los ojazos fijos y casi atontados. ¡!; pero si yo estuviera en el lugar de Blanca, y me contemplara del mismo modo, lo encontraría encantador y más lindo que nunca! ¡Oh, inconsecuencia humana!

Pero no es por eso por lo que no enseño yo a nadie mis cuadritos siguió Ana ; sino porque cuando los estoy pintando, me alegro o me entristezco como una loca, sin saber por qué: salto de contento, yo que no puedo saltar ya mucho, cuando creo que con un rasgo de pincel le he dado a unos ojos, o a la tórtola viuda que pinté el mes pasado, la expresión que yo quería; y si pinto una desdicha, me parece que es de veras, y me paso horas enteras mirándola, o me enojo conmigo misma si es de aquellas que yo no puedo remediar, como en esas dos telitas mías que conoces, Juan, La madre sin hijo y el hombre que se muere en un sillón, mirando en la chimenea el fuego apagado: El hombre sin amor.

Después cogiendo una silla vino a sentarse a su lado, y tomándole una mano le dijo con voz que temblaba ligeramente: No eres sola desgraciada, Elena. Yo también lo soy. ¿? exclamó aquélla alzando la cabeza y mirándola con estupor. , hace dos días que me encuentro en esta casa porque me he visto obligada a huir de mi marido.

Al fin, en voz baja, mirándola atentamente y como si procurase arrancarla de un mal sueño: Pero de cualquier modo, tu casamiento es un absurdo. ¿Qué obligación es esta de casarte con Muñoz? ¡Oh, repuso Adriana, no relacionas las cosas, no sabes, no te pones en mi caso! ¡Y casarte así, con este apuro, a la carrera, como si te persiguiera la muerte! La muerte mía no, pero la muerte de Laura.

Pero la obedecía a medias, mirándola con malicia, y suspendiendo su movimiento de ataque. «Ya me conoce pensaba ella . Ya sabe que soy su mamá, que lo seré de veras... Ya, ya le educaré yo como es debido».