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Paco no quería perjudicar a Mesía en sus planes, a los cuales tal vez obedecía en parte la fiesta de aquel día; pero encontró muy gracioso y picante el molestar al señor Magistral, si, como Visitación sospechaba, a este ilustre canónigo le disgustaba ver a la Regenta entregada al brazo secular de Mesía.

En Filipinas es cosa sabida que para todo se necesitan padrinos, desde que uno se bautiza hasta que se muere, para obtener justicia, sacar un pasaporte ó esplotar una industria cualquiera. Y como se decía que aquella prision obedecía á venganzas por causa de ella y de su padre, la tristeza de la joven, rayaba en desesperacion.

7 Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba mucho en Jerusalén; también mucha compañía de los sacerdotes obedecía a la fe. 8 Pero Esteban, lleno de fe y de potencia, hacía prodigios y milagros grandes en el pueblo.

Ya veo a mi mujer detrás de las cortinas... ¡adelante, Juanillo, adelante!... Está la pobre en camisa... ji... ji... me hago como que no la veo... se va a creer que estoy loco... ¡ji ji!... ¡adelante, Juanillo, adelante! Juan obedecía a su hermano, aunque sin gusto ya, porque deseaba conocer a su cuñada y besar a sus sobrinos.

Ya no se deslizaban; parecían volar en alas de aquel compás febril que parecía empujarlos como un huracán, y así y todo, Magdalena repetía a cada, instante: ¡Más de prisa, Amaury! ¡vayamos, más de prisa! Y Amaury obedecía, estrechando su talle con más fuerza.

Además ¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí repentinamente de su edad; no: más joven aún que él. Jorge me daba consejos con su cordura precoz, y yo le obedecía como una hermana mas pequeña. Se dejaba arrastrar por su mama á un mundo de placeres y elegancias que le deslumbraba después de su vida sobria y atlética junto á un educador severo.

La marinería de nuestra embarcación era india pura, incluso su patrón, quien varias veces varió el rumbo, atribuyéndolo nosotros al principio á descuido, pero más tarde comprendimos que la caña del timón obedecía más bien al temor que le dominaba, tan luego supo que nuestro principal objeto era visitar las Cuevas de las Calaveras; afortunadamente nos acompañaba un amigo que conocía la situación de las más notables de aquellas, y repetidas veces enmendó la derrota con visible disgusto del patrón, antiguo y marrullero hombre de mar, ya entrado en años, con más cabellos blancos que negros, más supersticiones que dientes, más consejas que verdades y más escapularios que virtudes.

Batiste tenía que labrar una parte del terreno que aún conservaba inculto, preparando la cosecha de hortalizas, y él y su hijo engancharon el caballo, enorgulleciéndose al ver la mansedumbre con que obedecía y la fuerza con que tiraba del arado. Al anochecer, cuando ya iban á retirarse, les llamó á grandes gritos Teresa desde la puerta de la barraca. Era como si pidiese socorro.

Estuvimos dos dias en él, tomando bastimentos, y reconociendo las canoas, porque habiamos de subir por el rio Paraná, 100 leguas; y despuesto todo, fuimos á Gingie, pueblo en que estuvimos cuatro dias, y que antes obedecia á los Cários, y era hasta donde se estendia el imperio del rey. El autor camina por tierra, dejando el rio Paraná, y lo que le sucedió en Tupí.

Iban algunos armados de trabucos, ceñida la cabeza con el pañuelo aragonés, cómodo tocado de las revoluciones. Su actitud y sus rumores anunciaban la agitación que en el pueblo reinaba. Iba á cometerse un gran crimen. ¿Sabía el pueblo lo que iba á hacer y á qué principio obedecía haciéndolo?