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Para hacer testamento á mi gusto, necesito tener un hijo, y vengo á que vos me deis ese hijo. Púsose en pie de un salto el conde de Haro. El duque de Gandía no se movió del sillón en que estaba sentado. , señor, vengo á que me deis un hijo por medio de una de vuestras hijas.

Piensa bien en esto; ?no hay algun otro don que pudieramos hallar digno de serte ofrecido? Ninguno: esperad sin embargo... Un momento antes de separarnos, quisiera veros cara a cara. Oigo vuestras voces, cuya dulzura melancolica se asemeja a las armonias melodiosas en medio de un lago cristalino; veo la inmovil claridad de una grande estrella, pero nada mas.

El Asia quedó libre de la sujecion de los Turcos por nuestras armas, nuestra reputacion y fama tambien lo ha de quedar por ellas; y si Grecia se admira de tantas victorias, hoy sentirá el rigor de vuestras espadas que no supo conservar en su favor y defensa.

Tan luego mi esposa la duquesa recobre la salud, y espero que no tardará mucho, emprenderemos nuestra marcha con la gracia de Dios, para unirnos al grueso del ejército en Dax y poner á Vuestras Altezas en posesión de sus estados.

Vamos, hijo mío, vamos; seguid siendo valiente y acordáos para serlo de que vuestra serenidad, vuestra paz exterior en estos momentos es la paz del alma, es la vida de la inapreciable compañera que os ha dado Dios; recoged todas vuestras fuerzas, preparáos y no hablemos más. Y tiró de don Juan. Algunas calles más allá se encontraron en la de Don Pedro.

Y bien, amigo mío le dijo, ¿cuándo celebráis vuestras bodas? Pero, señor marqués, si es la primera noticia que tengo sobre ese particular. ¿Esperáis, por ventura, que os pidan vuestra mano? ¡Al hombre toca hablar, qué demontre! El joven duque de Lignant, un verdadero caballero y un excelente muchacho, no ha esperado a que yo le ofreciese mi hija: ha venido, ha agradado, y se acabó.

Si como tu dices, tu esencia es semejante a la nuestra, te hemos respondido, diciendo que lo que los hombres llaman la muerte no tiene ningun poder sobre nosotros. Sera pues en vano que os haya invocado en vuestras moradas; vosotros no quereis o no podeis socorrerme.

Vuestras grandezas dejen a este tonto, señores míos, que les molerá las almas, no sólo puestas entre dos, sino entre dos mil refranes, traídos tan a sazón y tan a tiempo cuanto le Dios a él la salud, o a si los querría escuchar.

Si vuestras narices no estuviesen tan arañadas, ya veríais... ESCIPIÓN. ¡Perdonad, señora! No ha sido otra que vos la que me las ha puesto así. CLEOPATRA. ¿Cómo? ¿Yo? Entonces sois vos quien me ha raptado. Vuestros cabellos huelen a... ¿Cómo se llama eso? CLEOPATRA. ¡No os importa a lo que huelen mis cabellos! Yo creo que no huelen mal. ESCIPIÓN. Eso es lo que yo digo...

Vengo a haceros partícipes de los auspicios que os extienden las provincias litorales para aliviar vuestras desgracias, y a serviros de apoyo contra la crueldad y perfidia de vuestros opresores. No trato de sorprenderos ni de llamaros en mi auxilio; lo primero sería engañaros; lo segundo, un insulto a la decisión con que constantemente se han mantenido las provincias por la causa de la libertad.