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¡Ah! exclamó la comedianta ; ¿conque es decir que cuando me dijísteis que érais sobrino del cocinero mayor del rey me dijísteis la verdad? Nunca he pretendido engañaros; anoche, por un acaso, el mismo Francisco Montiño me dió ocasión de conocer mi nacimiento. ¿Y dónde pasásteis la noche, señor mío? Yo os estaba esperando. Es necesario que yo os lo diga todo. ¿Tenéis más que decirme?

Ahora lo voy a arreglar yo a ese insolente... Burlarse de , hacerme ir hasta la granja grande por un motivo ridículo... Vamos, Marta, consolaos, más vale que él os maltrate a que quiera engañaros con su falsa amistad. Secad vuestras lágrimas e id a pasear al jardín.

¡Oh! ¡oh! exclamó el duque de Lerma con un acento que engañó á doña Ana. Yo no debería deciros esto, señor dijo ella ; pero no debo engañaros; no debo excusaros ni la parte más leve de la verdad. Además que su alteza es muy niño... ¡Y sin embargo, quiere pervertirle el buen duque de Uceda!... El duque de Uceda es muy ambicioso, y hace la guerra á su padre el duque de Lerma de la manera que puede.

No, no, nadie lo creería, porque Dios os ha dado la nobleza, como ya os lo he dicho, de una grande hermosura, y con esa maravillosa hermosura una discreción adorable y un claro ingenio. Vos sois una dama completa. ¡Pluguiera á Dios que no lo fuese! ¿Pero qué misterio hay en vuestra vida? Sería un crimen el engañaros, señor. Os escucho con afán. Apenas dejé de ser niña, cuando dejé de ser pura.

Pero no quiere engañaros 2065 Ni olvidarse de quereros: Visitaros y ofenderos Es fuerza para serviros. Esto me manda deciros: Mirad si le dais licencia; 2070 Que le cuesta vuestra ausencia Cuantos instantes, suspiros. DO

Gasté su caudal y su nombre, porque fuí una mujer galante, una aventurera; porque en mi sed de gozar me olvidaba de mi honra, como me había olvidado de mis padres, como me había olvidado de mi esposo. ¡Oh! ¡oh! vos sin duda exageráis, señora. Os digo la verdad; no he querido engañaros.

Bien: decid á Lerma que mi amigo quiere casarse con vos... ¡Deshonrarle yo!... Cuando median altos intereses, por todo se atropella. ¿Puedo fiarme de vos, don Francisco? ¡Fuego de Dios! ¿y para qué había yo de engañaros? A vos me entrego. ¿Veis como he hecho muy bien en que no trabáseis conocimiento con el blanquillo de Yepes? Ea, vamos, que ya es hora.

Vengo a haceros partícipes de los auspicios que os extienden las provincias litorales para aliviar vuestras desgracias, y a serviros de apoyo contra la crueldad y perfidia de vuestros opresores. No trato de sorprenderos ni de llamaros en mi auxilio; lo primero sería engañaros; lo segundo, un insulto a la decisión con que constantemente se han mantenido las provincias por la causa de la libertad.

La explicación es muy sencilla: vos misma, recuerdo que hace poco lo decíais, vos misma habéis confesado que no habéis amado nunca. ¿Y lo creéis? Lo creo. ¿Y no teméis engañaros? No. ¿Pero qué razones, qué pruebas tenéis?... Voy á hablaros con el alma, sin embozar mis palabras: cuando yo os vi, me mirásteis como miran las cortesanas... ¡Ah!

No quiero engañaros; he meditado mucho en el breve tiempo que ha mediado desde que nos conocimos hasta ahora, y me he convencido de que soy otra mujer... cuando os vi, sentí... voy á probar si puedo haceros conocer lo que sentí... sentí que un no qué desconocido, dulce, inefable, se entraba en mi alma, se mezclaba con ella, la fecundaba, la iluminaba; y eso... eso lo siento ahora... pero de una manera tranquila, sin deseos... como no he sentido por ningún otro hombre.