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8 Y otros: Elías ha aparecido; y otros: Algún profeta de los antiguos ha resucitado. 9 Y dijo Herodes: A Juan yo degollé: ¿quién pues será éste, de quien yo oigo tales cosas? Y procuraba verle. 10 Y vueltos los apóstoles, le contaron todas las cosas que habían hecho. Y tomándolos, se retiró aparte a un lugar desierto de la ciudad que se llama Betsaida.

La puerta del salón está cerrada, pero oigo que detrás de ella andan y hablan en alta voz... Conozco muchísimo ese paso y esa voz... Me detengo un instante en el corredorcito enjalbegado con cal, puesta la mano en el pestillo de la puerta, muy emocionado. El corazón me palpita. ¡Qué impresión! Ahí está. Trabaja... ¿Esperaré que termine la estrofa? ¡A fe mía, tanto peor! ¡Adentro!

RAZONTE. Más humana ¡oh cruel Elena! fuiste antes conmigo; antes no preferías á Héctor. BEATRIZ. ¡Cielos! ¿qué oigo? CARLINO. ¡No dudes ya; éste es Paris, en cuerpo y alma! BEATRIZ. Paris, amante mío, ¿eres verdaderamente? ¡! ¡Ya te reconozco! ¿Por qué me has tenido engañada tanto tiempo? RAZONTE. Para espiarte tranquilo.

Me parece que oigo la voz de mi prima. ¡Oh! pues dejadme hacer, fingíos muy turbada. Quevedo no pudo decir más.

Paréceme que oigo trastazos como de dar con el zorro en los muebles. Estará de limpieza, aunque hoy no es sábado. Pero no importa que no sea sábado. Eso le conviene: trabajar, hacer ejercicio, distraerse, andar de aquí para allí. ¡Magnífico!... , , sin duda está de limpieza. Es un diamante en bruto esa mujer.

Si tuvieras algún pesar que te abrumara, el arroyuelo te lo diría, respondió la madre, así como me habla á del mío. Pero ahora, Perla, oigo pasos en el camino y el ruido que forma el apartar las ramas de los árboles; vete á jugar y déjame que hable un rato con el hombre que viene allá á lo lejos. ¿Es el Hombre Negro? preguntó Perla.

Aún no respondió por fin Ramiro con la voz vacilante; pero oigo encomialla a los demás. ¡Necio yo, que nunca he de poner el dedo en la llaga! exclamó entonces don Antonio, con orgullosa sonrisa. Ya se ve claramente volvió a decir, dirigiéndose al mancebo que aquellos amores os han dejado en el corazón su maldita pestilencia.

A me incomoda un poco cuando la oigo disparatar... y eso por lo que va conmigo; pero en cuanto la pierdo de vista, te juro que me hace reír... Ríete también... Pero ¡ay, Dios mío!... Si Nacho ha salido de Méjico, ya no puede recibir allá la carta que yo pensaba escribirle. Naturalmente.

No dudes que conviene lo que hago. Cállate, por Dios. Ten paciencia. Mira y observa sin hablar. Cállate. Oigo ruido. Nuestro hombre ha entrado en casa. Ya sube por la escalera. ¡Chitón! Si él sospecha que hay alguien aquí, darás un escándalo y harás una tontería. Doña Inés se resignó y se calló. Pocos segundos después entró don Andrés Rubio en la sala.

¡Oh! ¡no estamos muy bien! Y sobre todo como debe estar puesta su casa... Siempre oigo hablar de sus cañaverales... ¿Es ese su único establecimiento? ,... en Entre Ríos también... ¡Qué feliz! Si pudiera uno... Siempre deseando ir a pasar unos meses en el campo, y siempre con el deseo! Se calló, echando una fugaz mirada a Nébel.