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Pero llegó un momento en que advirtió claramente que Soledad tenía celos de ella, y se propuso provocar lo más pronto posible una explicación. Una tarde llegó sola á la tienda. Soledad la recibió con marcada frialdad.

En Lancia, como en todas las capitales pequeñas, los muchachos y muchachas solían tutearse. El conocerse desde niños y haber acaso jugado en el paseo juntos lo autorizaba. El conde de Onís jamás había cruzado la palabra con Fernanda, aunque la tropezase a cada momento en la calle.

Moreno y Sánchez se saludaron cortésmente. Ni uno ni otro podían sospechar en aquel momento lo que tal saludo iba a representar en la historia del progreso humano. Cambiadas algunas palabras indiferentes, Sánchez se quiso enterar de lo que Moreno hacía.

De esa canastilla sale un bordado comenzado, una larga tira blanca donde están trazadas hojas y flores como las que las mujeres emplean para adornar la ropa blanca. Sin saber lo que hace, coge la tira y sigue el trabajo complicado de los puntos, hasta el momento en que resuena en sus oídos la voz jovial de su cuñada.

Figúrate que esas gentes quieren que me confiese; bueno, me confesaré contigo; oirás singulares revelaciones; pero, no, tendrías miedo... El hombre del chaleco rojo palideció. El fraile, que se había callado hasta entonces, se levantó, salió un momento y luego entró acompañado de dos vigorosos gallegos cargados con cuerdas.

En ellos era instintiva la violencia; se indignaban ferozmente viendo desoído á Dios, que habla por su boca. Sus crímenes del pasado y sus pretensiones del momento, imponían el deber de combatirlos. Podían respetarse sus creencias, pero vigilándolos como locos peligrosos, teniéndolos en perpetuo estado de debilidad para que no intentaran imponerse por la violencia.

Como al amanecer debemos ponernos en camino del Salto, ha llegado el momento de explicar su formación, buscando previamente su fe de bautismo, su filiación en la teogonía chibcha.

Algunas veces le oía llamar a nuestros gobernantes, jugadores de raqueta, comparando las leyes que las dos cámaras se envían diariamente una a otra, a volantes que los franceses, boquiabiertos, miran pasar con ojos plácidos, hasta el momento en que caen sobre sus respetables narices y se las aplastan. De donde saqué yo, para mi gobierno, algunas deducciones que referiré a su tiempo.

Volviendo ahora á Suiza de la que una digresion necesaria me ha apartado un momento, basta consignar que existen en la Confederacion Suiza 5,500 escuelas, á las que concurrieron en el año de 1855 430,107 discípulos.

En aquel momento apareció don Juan, y dió diez doblones al señor Melchor. ¿Y qué es esto?-dijo todo turbado el pobre diablo, que en su vida había visto tanto oro junto, por más que fuese poco. Eso es vuestro trabajo. ¡Mi trabajo, señor! Debo agradeceros el que no me hayan engañado. Muchas gracias, señor. Y como ya no os necesito, podéis iros. Que Dios os guarde, señor.