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Perdonad, señor, de antemano, lo que voy á decir á vuecencia, porque mi lealtad no me permite guardar por más tiempo silencio. ¡Crees !... Creo que puede sucederos peor que perder la gracia del rey. ¿Peor? Podéis ser procesado. ¡Procesado! exclamó con orgullo el duque.

¿Y queréis que yo embista con una mujer que os ha rechazado? replicó Montiño. Habéis sorprendido á esta mujer. ¡Yo! Se ha puesto pálida al veros. Perdonad, á también me sorprendió... Mejor: ella ha reparado en vuestra sorpresa y espera. Perdonad, pero la sorpresa pasó. Créolo: pero os repito que los amores de esta mujer interesan... ¿A quién? A la reina. ¡Ah!

¡Diablo! murmuró de una manera ininteligible ¡y es verdad! ¡y cómo se parece á!... perdonad un momento... ¡eh! ¡Gonzalvillo! ¡hijo, que vertéis la salsa de la alcaparra! ¡animales! para esto se necesitan manos mejores que vuestras manos gallegas. ¿Conque qué decíais? añadió volviéndose al joven.

¡Y ahora se atreven a acusar de liviandad a la condesa! ¡Defenderemos su honor! ¡No permitiremos que se la insulte! EL CONDE. Esperad, barones. ¿Quién se atreve a acusar de liviandad a mi hija? ¿Y qué gentes son ésas, con traza y gesto de bandidos? VALDEMAR. Perdonad, conde, nuestra irrupción: buscamos al duque. Nadie pone en duda vuestra nobleza caballeresca, conde.

¿Pero qué la importa á su majestad?... dijo severamente doña Clara : don Juan la ha hecho un eminente servicio... la reina se lo agradece... y nada más... ¿qué enredos son éstos?... ¿qué fatalidad puede haber para que se tome el nombre de su majestad de una manera ambigua? Perdonad, señora; pero yo no he querido decir... Cuando se habla de la reina, las palabras deben ser muy claras.

37 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. 38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno; porque con la misma medida que midiereis, os será vuelto a medir. 39 Y les decía una parábola: ¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

Y es lástima, cuando se trata de la mujer más hermosa del ejercicio... perdonad, Mari Díaz, la más hermosa después de vos. Afortunadamente estoy aquí para daros las gracias, señor Ginés Saltillo dijo la comedianta sin poder dominar completamente su mortificación. ¿Y quién es él? No le conoce nadie. ¿Es forastero? Y altivo. ¡Aunque pobre!

Quevedo hizo con el brazo la señal de una estocada á fondo. Cabalmente. Perdonad; pero vos no sois cristiano, amigo Juan. ¿Por qué me decís eso? ¿no os he dejado tiempo para poneros en defensa? Dígolo, porque vuestro rencor no cede. ¿No os habéis satisfecho con haber desarmado hace dos horas á don Rodrigo Calderón, sino que pretendéis matarle?

¡Oh! ¡esto es ya demasiado! dijo la reina. Perdonad, señora... dijo Quevedo yo no le he podido contener; ¡el tío Manolillo está loco! Y Quevedo, saludando profundamente á la reina y antes de que ésta, reponiéndose de su sorpresa, le pudiera contestar, salió.

Perdonad, señora añadió doña Clara , pero yo no le debo ocultar nada; me parece ahora, ahora que le veo delante de , que es mío... mirad, madre, me parece que estoy entregada á un sueño dulce, y mi vida se llena de no qué delicia, que me embriaga, ¡y soy tan feliz! ¡Dios mío! ¡tan feliz! ¡tan feliz!