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Por impulso propio no había entrado jamás en una librería a comprar alguna. No sólo era aficionado a leerlas, sino lo que aun es más raro, se enternecía notablemente con ellas. Porque guardaba en su pecho un gran fondo de sensibilidad. Era una flaqueza de su organismo, lo mismo que el asma y el reuma. Las desgracias del prójimo, la miseria, le compadecían extremadamente.

Diez mil animales, quince mil, tal vez más, se habían perdido... ¡Qué hacer! decía Madariaga con resignación . Sin tales desgracias, esta tierra sería un paraíso... Ahora lo que importa es saber salvar los cueros.

Vaya, que esta es una noche de desgracias dijo. Fingí sorprenderme. ¡Pues qué! ¿hay alguna otra cosa aún? exclamé. Dios mío, temo que haya sucedido alguna desgracia á mi hija. Salió á caballo a las tres, son las ocho, y aún no ha vuelto. La señorita Margarita... pero si la he encontrado... ¿Cómo... dónde, cuándo? perdón, señor, pero es la angustia de una madre.

-Si por buena fama y si por buen nombre va -dijo el bachiller-, solo vuestra merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuestra merced, el ánimo grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento, así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.

Levantó la cabeza y dio un grito. ¡Don Fernando!... Era su ídolo, el buen Salvatierra, pero envejecido, más triste, con la mirada apagada tras las gafas azules, como si pesasen sobre él todas las desgracias y las iniquidades de la ciudad.

Y el pobre Joaquín, ¡qué profundamente duerme! ¡Buena falta le hace! ¡Cuánto has padecido estos días, desgraciado mártir de la sociedad! Tienes mala cabeza, pero eres bueno. Has gozado mucho, demasiado quizás, y ahora lo estás pagando. Los muy felices tienen que pagar su felicidad con desgracias, y viceversa. Y, no me digan que soy mala. Yo no soy mala.

Acostéme y dormí; y con esto, a la noche, después de haber comido y cenado bien, me hallé fuerte y ya como si no hubiera pasado por nada. Pero, cuando comienzan desgracias en uno, parece que nunca se han de acabar, que andan encadenadas y unas traían a otras. Viniéronse a acostar los otros criados y, saludándome todos, me preguntaron si estaba malo y cómo estaba en la cama.

Quizá, con motivo de su oficio de usted, le envía Dios una prueba, de la misma suerte que envía enfermedades y otras desgracias, mientras que usted, en su orgullo... ¡Pero si nosotras no estamos nada orgullosas de nuestro oficio! No hay por qué estarlo...

No aprovechábamos mi madre ni yo para sustentarnos con nuestro trabajo, que trabajar no sabíamos, como no fuese el soportar por amor de Dios nuestras nunca oídas y agudísimas desgracias.

Oyendo lo cual Sancho, dijo: -Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades; y esto lo juzgo por mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste; porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza.