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En su boca descolorida acentuábase una sonrisa de infinita ternura, como si dijera a sus dos creaciones más ilustres: ¡Bien sabía que habíais de venir vosotros, hijos míos, a socorrerme en la hora de la muerte! «Catalina de Aragón», así como suena, nada menos que «Catalina de Aragón» se firmaba y se hacía llamar Felipa Danou, francesa de Montmatre.

Porque en la piedra que en mis hombros veo, Que la fortuna me cargó pesada, Mis mal logradas esperanzas leo. Las muchas leguas de la gran jornada Se me representaron que pudieran Torcer la voluntad aficionada, Si en aquel mismo instante no acudieran Los humos de la fama á socorrerme, Y corto y facil el camino hicieran.

AZUCENA. no podrás socorrerme; vendrán muchos contra ti, y tus fuerzas se agotarán; pero no temas por , yo estoy libre de su furor. MANRIQUE. ¿Vos? AZUCENA. ; los tiranos no mandan sobre el sepulcro, ni el verdugo puede martirizar una carne que no siente. Acércate... Mira esta frente pálida; ¿no está pintada en ella la muerte? MANRIQUE. ¿Qué decís?

Los huéspedes se levantaron, y todos se pusieron en movimiento para socorrerme. Matildita se hizo merecedora de mi gratitud eterna por la actividad prodigiosa que desplegó en atenderme, a pesar de hallarse la pobrecita muy asustada. Antes que el médico forense y los otros que, por diferentes conductos, habían sido llamados, vino el juez a tomarme declaración.

Este se había levantado, y poniéndose a dar paseos por la habitación con las manos en los bolsillos, expresó sus magnánimos pensamientos de esta manera: «Mi dinidá y sinificancia no me premiten... Es la que se dice: quisiera, pero no pué ser, no pué ser. Si quieren solutamente socorrerme por que me quitan a mi piojín de mi arma, me atengo al honorario». ¡Alabado sea Dios!

A mis pies entreví una estrecha banda de tierra sobre la cual estaba en pie; detrás el abismo negro, sin fondo... A mi lado, vi a Roberto que venía a socorrerme, bajando lentamente y con precaución las gradas de lo que me parecía una escalera. ¿Dónde estás? gritó él. Y al mismo tiempo sentí que su mano, buscándome, avanzaba hacia . Entonces me arrojé contra él y me aferré a su cuello.

36 Y la simiente de sus siervos la heredará, y los que aman su Nombre habitarán en ella. 1 Al Vencedor: de David, para acordar. Oh Dios, acude a librarme; apresúrate, oh Dios, a socorrerme. 2 Sean avergonzados y confusos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal desean. 3 Sean vueltos en pago de su afrenta los que dicen: ¡Ah! ¡Ah!

Si como tu dices, tu esencia es semejante a la nuestra, te hemos respondido, diciendo que lo que los hombres llaman la muerte no tiene ningun poder sobre nosotros. Sera pues en vano que os haya invocado en vuestras moradas; vosotros no quereis o no podeis socorrerme.

Todos cuantos en el mundo tenían obligación de socorrerme, me habían empujado para colocarme allí: nada podía esperar de ellos; a lo lejos, sólo veía curiosos que se asombraban de mis resistencias y se reían de mis vacilaciones; abajo, en el fondo del precipicio, la algazara de las mujeres que me habían precedido en la caída; en derredor de , envolviéndome, asfixiándome como anillos de serpiente, una atmósfera de insanos elementos, narcótica, enervante; sobre la atmósfera, sobre , sobre el mundo entero, allá en lo Alto, donde debía de existir un código de moral como yo le presentía cuando me dejaba gobernar por mis propios instintos, inclinados a lo menos corrompido, ya que no a lo más honrado..., nada tampoco que viniera en mi auxilio... El Dios que a me habían hecho conocer en mi casa era «un caballero anciano, de muy buena sociedad»; algo serio por razón de su jerarquía, pero muy fino, muy complaciente y de una moral muy elástica; dispuesto siempre a incomodarse con la gente de poco más o menos, pero incapaz de faltar en lo más mínimo a las señoras del gran mundo que le honraban confesándole de vez en cuando y en los ratitos que las dejaban libres sus devaneos de hembras «eximias» del género humano...; un señor, en fin, por el estilo de mi difunto padre, aunque quizás no tan elocuente ni de tan distinguido porte como él... ¡Y nadie ni nada más a donde volver los ojos!

Por motivos políticos. Explíqueme usted cómo se realizó ese cambio de relaciones. En dos años no se habían visto ustedes más que dos veces. ¿La dijo a usted en una u otra alguna palabra de amor? Ninguna. ¿Y usted? Yo le amé desde el primer día que acudió a socorrerme. Por más que la joven trataba de dominarse, su voz revelaba una secreta turbación. Entonces, ¿fue usted la primera en hablar? No.