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En la memoria inédita que acabamos de citar, da cuenta él mismo de las disposiciones en que se hallaba cuando tomó posesión de su empleo. «Lo primero que se presentó a mi examen y consideración fueron las infelicidades y miserias de aquellos naturales, que bajo de un clima excelente y en terrenos fertilísimos, con cuantas proporciones se pueden apetecer por las comodidades de la vida y del comercio, se hallaban reducidos al estado más infeliz a que pueden bajar los hombres... Sentía que unos seres inteligentes y racionales, iguales míos por naturaleza, estuviesen, sin culpa suya, sumergidos en la ignorancia y privados de disfrutar de los derechos y halagos de la sociedad, y de las mismas producciones que les prodigaba su suelo natal».

De pronto, el Conde, dirigiéndose a los que le rodeaban, dijo: «Señores: declaro que he sido herido legalmente por el señor Carlos Broschi en un duelo a que yo le he provocado. Les pido, pues, amigos míos, y a mi esposa, en quien reconozco el amor y la fidelidad en todos sus deberes, que no persigan ni importunen a nadie por mi muerte. ¡Y usted, padre mío, bendígame

La liberalidad de la hermosa Sulpicia se mostró conmigo y con los míos extremada, y la cortesía de Cratilo le corrió parejas. Los doce pescadores que trujo consigo Sulpicia estaban ya ricos, y los que conmigo se perdieron, estaban ganados.

Á paso largo, hijos míos, que ya el sol ha traspuesto la cima de aquellos árboles y es una vergüenza perder estas horas de camino. ¡Adieu, ma vie! No olvidéis al buen Simón, que os quiere de veras. ¡Otro beso! ¿No? Pues adiós, y que San Julián nos depare siempre ventas tan buenas como ésta.

Y así, cenaron con mucho contento, y acrecentóseles más viendo que, dejando de comer don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le movió a hablar tanto como habló cuando cenó con los cabreros, comenzó a decir: -Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería.

Bien sentía que esos eran vanos sueños, pues el único lugar en el mundo... en fin, sentí nacer en un orgullo y una amargura tales, que todo mi ser se llenó de hiel, y me desprendí con sombría aspereza de los brazos de los míos para encerrarme sola en mi dolor.

Es asombradizo, como les he dicho a ustedes, o corto, o no qué; pero ha corrido mundo, tiene luz allá dentro... justamente; sabe distinguir de colores, y a ustedes los considera... ¡caray, si los considera!... Y una descortesía no la comete él con nadie aunque le ahorquen... Ahora, en cuanto a llevar consigo las pinturas, ya varía... y de eso que no respondo... En fin, se hará lo posible, eso es... Y un millón de gracias por la fineza, señores míos.

¿No merezco ya ni dos minutos de atención? afirmó con amargura el noble lord . ¿Ya no se me concede ni el favor de una palabra?... Está bien, no me quejo. Ahora parece indudable que parte dijo Amaranta. Señora, adiós exclamó lord Gray con emoción profunda, verdadera o fingida . Araceli, adiós; Inés, amigos míos, procuren olvidar a este miserable.

Pues, lectores míos, gobernaba el excelentísimo señor don Gabriel de Avilés y Fierro, marqués de Avilés, teniente general de los reales ejércitos y que, después de haber servido la presidencia de Chile y el virreinato de Buenos Aires, vino en noviembre de 1801 a hacerse cargo del mando de esta bendita tierra.

12 He aquí yo he tomado los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos que abren la matriz entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas;