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Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía: ¿Adónde estás, soberbio Alifanfuón? Vente a ; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta. Llegó en esto una peladilla de arroyo, y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo.

No, no, de ningún modo dijo en voz baja. Tiene razón mi padre: debes marchar. Tienes que dejarme recobrar las fuerzas para poder soportar nuestro amor que, como sabes muy bien, ha estado a punto de hundirme en el sepulcro.

Para saborear todo cuanto ofrece de delicioso un paseo por la orilla del arroyo, es preciso que el derecho de la pereza haya sido vencido con el trabajo y que el espíritu cansado tenga necesidad de adquirir nuevo aliento contemplando la naturaleza. El trabajo es indispensable para quien desea gozar del reposo, lo mismo que el recreo cotidiano es necesario al obrero para renovar sus fuerzas.

Y ahora, de pronto, me veo hecho un trapo, y me ahogo, señor, las piernas no pueden tenerme y me faltan fuerzas para ir de un rincón a otro. ¡Qué ganas tengo de salir de aquí!... Estoy seguro de que apenas salte a tierra seré otro, volveré a sentirme fuerte como en mi pueblo... Diga, señor: ¿cuándo llegamos a Buenos Aires?

Quedó con aquella vista tan consumida de fuerzas y desmayada, que parecía habérsele descuadernado todos los miembros.

Grandes, robustos, astutos hasta lo sumo, los cangrejos ó gámbaros constituyen un pueblo de combate, siendo tal su instinto guerrero, que hasta saben valerse del ruido para atemorizar á sus enemigos. En actitud amenazadora encamínanse al combate, levantadas sus tenazas y haciendo resonar sus pinzas. Y con todo, no dejan de ser circunspectos ante fuerzas superiores.

BERGANZA. Y aun de , que desde que tuve fuerzas para roer un hueso, tuve deseo de hablar, para decir cosas que depositaba en la memoria, y allí, de antiguas y muchas, o se enmohecían o se me olvidaban.

Y sin embargo, me río de mis tonterías juveniles, de mis locuras de enamorado, de aquel fantasear de mi mente que malogró en fuerzas y energías que debieron ser útiles a los demás. Pero no me burlo de mis ensueños juveniles impunemente; cuando me río de ellos me duele el corazón.

Esa coexistencia política y social del catolicismo, que tiende hácia la democracia pero se ha complicado con jerarquías é instituciones viciosas, y del calvinismo, que no admite jerarquías y hace del pastor un ciudadano padre de familia y de libre eleccion y responsabilidad; esa coexistencia, digo, ha debido equilibrar las fuerzas de las dos comuniones, depurarlas por la emulacion, armonizarlas por el contacto íntimo y necesario, y conducirlas á un régimen de conciliacion ó transaccion, cual es el de la república representativa.

Entonces exclamo desde el fondo de mi conturbado corazón: Mi virtud desfallece; Dios mío, no me abandones. Apresúrate a venir en mi auxilio. Muéstrame tu cara y seré salvo. Así recobro las fuerzas para resistir a la tentación. Así renace en la esperanza de que volveré al antiguo reposo no bien me aparte de estos sitios.