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Veinte días estuve con ellos. CIPIÓN. Antes, Berganza, que pases adelante, es bien que reparemos en lo que te dijo la bruja, y averigüemos si puede ser verdad la grande mentira a quien das crédito.

BERGANZA. Paso adelante, y digo que determiné dejar aquel oficio, aunque parecía tan bueno, y escoger otro, donde por hacerle bien, ya que no fuese remunerado, no fuese castigado. Volvíme a Sevilla, que es amparo de pobres y refugio de desechados; que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echan de ver los grandes.

BERGANZA. Es, pues, el caso que el atambor, por tener con qué mostrar más sus chacorrerías, comenzó a enseñarme a bailar al son del atambor y a hacer otras monerías, tan ajenas de poder aprenderlas otro perro que no fuera yo, como las oirás cuando te las diga.

CIPIÓN. Hais de saber, Berganza, que es costumbre y condición de los mercaderes de Sevilla, y aun de las otras ciudades, mostrar su autoridad y riqueza, no en sus personas, sino en las de sus hijos; porque los mercaderes son mayores en su sombra que en mismos.

CIPIÓN. Así es la verdad, Berganza, y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sin ella, que la diferencia que hay del animal bruto al hombre, es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional.

CIPIÓN. Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad. BERGANZA. Bien que ha habido perros tan agradecidos, que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura.

Pues todo lo que has oído es nada, comparado a lo que te pudiera contar. CIPIÓN. Y con esto pongamos fin a esta plática; que la luz que entra por estos resquicios muestra que es muy entrado el día, y esta noche que viene, si no nos ha dejado este grande beneficio de la habla, será la mía, para contarte mi vida. BERGANZA. Sea ansí, y mira que acudas a este mismo puesto.

BERGANZA. Y aun de , que desde que tuve fuerzas para roer un hueso, tuve deseo de hablar, para decir cosas que depositaba en la memoria, y allí, de antiguas y muchas, o se enmohecían o se me olvidaban.

CIPIÓN. Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermano Berganza. BERGANZA. Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance. CIPIÓN. Dejemos esto, y comienza a decir tus filosofías. BERGANZA. Ya las he dicho: éstas son que acabo de decir. CIPIÓN. ¿Cuáles? BERGANZA. Estas de los latines y romances, que yo comencé y acabaste.

CIPIÓN. De buena gana te escucho, por obligarte a que me escuches cuando te cuente, si el cielo fuere servido, los sucesos de mi vida. BERGANZA. Al cabo de veinte días los #gitanos# me quisieron llevar a Murcia.