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Don Fermín, risueño, mojaba un bizcocho en chocolate; Teresa acercaba el rostro al amo, separando el cuerpo de la mesa; abría la boca de labios finos y muy rojos, con gesto cómico sacaba más de lo preciso la lengua, húmeda y colorada; en ella depositaba el bizcocho don Fermín, con dientes de perlas lo partía la criada, y el señorito se comía la otra mitad. Y así todas las mañanas.

Cada vez que llegaba yo a la puerta de la solana, miraba maquinalmente por uno de sus cuarterones, y veía cómo iban espesando los copos y se amontonaban los que el aire depositaba sobre la baranda del balcón, hasta que en una de mis vueltas noté que se formaban grandes remolinos sobre el huerto; que los copos crecían de volumen, y, por último, que empezaba a «trapear» con tal pujanza, que en un instante emblanqueció la poca tierra que se veía desde allí, y se apagaron los mortecinos destellos de la luz del sol que llevaban dos horas de luchar inútilmente con la espesura del nublado.

Otras veces, si era demasiado alta y la señorita gritaba desde arriba que tenía miedo, la tomaba por la cintura y la depositaba en el suelo con la misma delicadeza que si fuese un objeto de cristal. «¡Qué fuerza tienes, Pedro! le decía ella. Si me dieses un golpe con esas manazas, me mataríasEl mayordomo sonreía á modo de sultán acariciado y se encogía de hombros con desdén.

Los religiosos de entonces, queriendo fundar su dominio en el pueblo, se acercaban á él y con él formaban causa contra los encomenderos opresores. Naturalmente, el pueblo que los veía con mayor instrucción y cierto prestigio, depositaba en ellos su confianza, seguía sus consejos y los oía aun en los más amargos días.

A través de los cristales, Raúl seguía con mirada curiosa al padre y a la hija, a quienes veía bajo un nuevo aspecto. ¡Qué ternura, en efecto, en los menores ademanes del anciano, en el largo beso que depositaba en la frente de su hija cuando ésta se iba muy alegre hacia sus compañeras y en la mirada con que le envolvía al desdoblar maquinalmente «Le Temps» del día anterior!

Pero el corazón de Alejandro no estaba aquella noche en el salón de baile, sino en los dormitorios de Blanca. Graciana, una linda y traviesa francesita, en quien Blanca depositaba todos sus secretos, había cautivado el alma del mulato, sin que los antagonismos de raza fueran una razón de timidez por parte del cochero o de repugnancia por parte de la sirvienta.

Callaban, pero su gesto era de frialdad ante la distancia enorme de aquel porvenir en el que depositaba el maestro sus esperanzas de bienestar. Ellos lo querían al momento, con la avidez del niño al que se muestra una golosina poniéndola después fuera de su alcance. El sacrificio, la obra lenta en favor del porvenir, no les entusiasmaba.

Lo que siento es haber dado mi bolsa á un mendigo allá en el bosque.... Perdonad, señor, dijo Roger; todavía quedan en ella algunas monedas. Pues dádselas á la madre del arquero, ordenó el noble, poniendo al trote su caballo, mientras Roger depositaba dos ducados en la mano de la vieja, que olvidando su cólera invocó las bendiciones del cielo sobre el barón, Tristán y sus compañeros.

Pero en el fondo de su corazón, le inmolaba todos su rivales y depositaba a sus pies todos los homenajes que fingía acoger. Se prometía recompensar espléndidamente tanta perseverancia y resignación, y sobre todo saboreaba el placer, eminentemente femenino, de mandar a todos y de no obedecer más que a uno solo. Este período triunfal había faltado en la vida de Germana.

Elena, cuyo corazón hacía temblar el presentimiento de una revelación suprema, tendió las manos en la obscuridad, haciendo un gesto suplicante; pero Marta había recuperado un poco de sangre fría y murmuró, mientras depositaba otro beso más en la frente de su hija: No, no, no ha llegado todavía el momento de la revelación. Cállate, luz de mis ojos, mi esperanza, mi felicidad, no me preguntes nada.