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La alarma aumentaba con el ruido de los carruajes que comenzaban a remolinear en la esquina del Club del Progreso, lo que les indicaba que el baile allí tocaba a su término, que de un momento a otro, Blanca llegaría a su casa y encontraría a Graciana disfrazada con su dominó.

La cuestión grave era saber cómo haría Graciana para ir al baile con Alejandro, y eso era algo difícil. La señora con su mamá iban al baile de máscaras del club. El viejo don Ramón permanecía en casa a causa de su reumatismo.

Graciana, por su parte, recorrió las habitaciones; vio que mi tío no daba señales de vida, que el bebé dormía e hizo ruido en el cuarto de la niña, como para dar a entender que ganaba la cama.

Entonces volvió a gritar desesperadamente a Graciana y, creyéndose orientado por un momento, atropelló en la dirección en que él creía que estaba el cuarto de la niña; pero, no bien había dado tres pasos, cuando recibió un terrible golpe en la frente que le hizo retroceder; había dado contra la puerta opuesta.

En ese estado se arrastró por el suelo tanteando siempre los muebles: por último, puso la mano sobre un sofá, que ocupaba el espacio comprendido entre el balcón y la puerta que llevaba al cuarto de su hija y con una alegría íntima se incorporó, impulsó la puerta que Graciana al partir había dejado entornada y penetró a la habitación, loco, convulso, desatentado.

Graciana había jurado fidelidad, pero Alejandro, así que las señoras y el señor de Montifiori desaparecieron, comenzó a excitar poco a poco la imaginación de Graciana contándole las maravillas que aquella noche iban a hacer los «Tenorios» en el tablado de la Alegría. La mujer es un ser débil en todas las clases sociales. Graciana comenzó por resistir y Alejandro terminó por vencer.

Algo de extraordinario debía de haber pasado durante su ausencia, y la fuga de Graciana había sido notada. La sirviente tuvo un acceso de nervios muy común entre las francesas y no se atrevió a entrar: colgada del brazo de Alejandro, tiritaba de miedo. El pardo vacilaba también, y caballeresco como era, no se atrevía a comprometer ni a abandonar a Graciana en la puerta.

Una idea fija embargaba la razón del desgraciado anciano. Se incorporó débilmente sobre el piso y gritó a Graciana, con voz ahogada y angustiosa, pero nadie le respondió.

Las dos de la madrugada habían dado ya, y Graciana apuraba a Alejandro para volver a casa.

Con la cabeza montada por la bulla carnavalesca y por la perspectiva del baile, se hizo vestir rápidamente por Graciana, esperó impacientemente a la madre que tardaba ya algo en venir, se acercó al lecho de su marido, se despidió de él con urgencia y salió precipitadamente sin siquiera acordarse de su hijita a quien dejaba en poder de una sirvienta. El baile la atraía irresistiblemente.