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La existencia de este rosal, por una extraña casualidad, se ha conservado en la historia; pero no trataremos de averiguar si fué simplemente un arbusto que quedó de la antigua selva primitiva después que desaparecieron los gigantescos pinos y robles que le prestaron sombra, ó si, como cuenta la tradición, brotó bajo las pisadas de la santa Ana Hutchinson cuando entró en la cárcel.

En el bullicio del baile, los novios desaparecieron; bajaron precipitadamente la grande escalera, ganaron el cupé que los esperaba en la puerta de calle y muy pronto estuvieron en la morada que mi tío había preparado para que Blanca pasara su luna de miel con sus sesenta y tantos años.

Estos deseos caprichosos desaparecieron de golpe después de la caída... si es que hubo caída. Fueron el uno del otro casi sin saber cómo, por impulso natural y fácil, sin enterarse ciertamente de cuál de los dos apuntó el primer intento y cuándo se inició la realización.

Pero la tartana, teniendo sobre las dos escampavías una ventaja de marcha positiva, desapareció bien pronto detrás de la punta de la torre que avanzaba mucho sobre el mar; y no fue hasta después de un cuarto de hora de navegación que los guardacostas que navegaban en las mismas aguas, desaparecieron también a los ojos de la multitud, ocultos por el promontorio.

Bien pronto, amplias fajas de un rojo vivo y dorado surcaron el cielo, las estrellas palidecieron y desaparecieron, el sol se anunció por un incendio lejano y luego se elevó lentamente sobre las aguas azules e inmóviles del Océano, que pareció cubrir de un velo de púrpura. La calma continuaba siendo completa y el brick permanecía en la misma situación que desde la noche.

Desaparecieron estas visitas, como otras muchas cosas con que tanto prestijio adquirió el nombre español, y con ellas un grande elemento de hacer muchos bienes sin causar ningun mal: volverlas al estado y forma antiguos, sobre no ser fácil, tampoco produciria los bienes que antes, por causas, que sobre ser largo enumerarlas, no son de este lugar.

Desaparecieron un día de Medina, alquilaron casa en la capital, cuyos gastos subvencionaba todos el majo á título de huésped ó protector. La hija enloquecida de amor, la madre de gratitud, no echaron de ver el peligro á que se exponían ni la desagradable impresión que este paso causó en el pueblo. En efecto, muy poco después Soledad sucumbió á las instancias de su adorador.

Baste decir que desaparecieron en una noche las vinajeras, y un estuchito de costura de Obdulia; otra noche dos planchas y unas tenacillas, y sucesivamente elásticas usadas, retazos de tela, y multitud de cosas útiles aunque de valor insignificante. Libros no había ya en la casa, y Doña Paca no se atrevía ni a pedirlos prestados, temerosa de no poder devolverlos.

Y entonces, de improviso, desaparecieron su angustia y su tristeza: ya no la sentía tan alta y lejana de ; por el contrario, la veía cerca, la consideraba suya, pues en su alma nacía, no el descontento que el otro expresaba, sino un ímpetu de ternura que lo inducía a pensar en la enferma, un sentimiento de pena y compasión, una necesidad de prodigar a la dolorida criatura los cuidados más asiduos, el afecto más solícito, de recompensarla de sus pasados dolores, de colmarla de felicidad.

En cuanto quedó solo en aquel escondite, sintió que las piernas se le hacían ajenas, cayó sentado sobre las tablas, casi perdió el sentido, y, como entre sueños, oyó un silbido y voces y blasfemias que sonaban en lo alto; cayó un telón a una cuarta de su cabeza, desaparecieron algunos bastidores arrastrados, y Reyes se vio entre un corro de tramoyistas y señoritas que gritaban: ¡Un herido... un herido!... ¡Un telón ha derribado a un caballero!