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En la cabeza existen los síntomas siguientes: dolores tirantes, presivos, sensacion de un clavo sobre el parietal, punzadas, dislaceraciones por accesos, prurito, frio glacial en la sutura coronal que se estiende é invade la frente, contracciones y temblores distintos de los párpados que se cierran y se abren con dificultad, sensacion de ardor en los ángulos de los ojos, punzadas en las mejillas y los maxilares, contracciones espasmódicas de los maséteros, odontalgia que se limita á una sensacion de prolongacion de los dientes ó un dolor corrosivo de los molares con pulsacion y dislaceraciones, con dentera de los incisivos inferiores.

Todas las articulaciones son el sitio de dolores, de tumefacciones subagudas; téngase presente, subagudas ó crónicas, que presentan el cuadro de los padecimientos de ciertas personas afectadas de artritis irregular ó de reumatismo vago, tenaz.

Segun la accion ya conocida de la dulcamara, se comprende que puede ser eficaz en las gastralgias y gastrodinias recientes, cuando el acónito y la coloquíntida han sido ineficaces, y que cura generalmente los dolores, aunque sean crónicos, produciendo sudores críticos.

En la fiebre reumática, la quina exige la remitencia, la cesacion ó diminucion de la escitacion sanguínea, y una sensacion de frio al interior y en las estremidades; exige tambien gastricidad y la agravacion de los dolores por el menor contacto. El ranúnculo bulboso es quizá el medicamento que, en esto, tiene la mayor analogía con la quina.

1 Pero acerca de los tiempos y de los momentos, no tenéis, hermanos, necesidad de que yo os escriba, 2 porque vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá como ladrón de noche, 3 que cuando dirán: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, como los dolores a la mujer encinta; y no escaparán.

Dolores había cambiado en los dos años que no la veía. Era una mujer, pero una mujer espléndida, hermosísima. Yo empecé a sentirme como en un sueño. ¿Será la vida así? pensaba al retirarme a la fonda.

Ya no miraba al cadáver sino a la desconsolada mujer, y parecía querer acercársela, juntarse con ella, como para unir los dolores de ambos, para hablarla de la muerta, para oírla hablar de ella.

Habíase vestido decentemente, sus cabellos, bien peinados y recogidos en una castaña, acreditaban el celo de Dolores, que era quien se había encargado de su tocado.

Una estera de esparto, algunas sillas, una mesa sobre la que ardía una lamparilla delante de una Virgen de los Dolores, pintada al óleo, y algunas estampas en marcos negros sobre las paredes blancas, componían todo el menaje de aquella habitación. Al fondo había una puerta cubierta con una cortina blanca.

Tan agudas y vivas fueron las agujetas que le acometieron, que hasta, cuando se hallaba durmiendo creía estar tirándose a fondo. Despertaba sobresaltado con terribles dolores en las articulaciones. ¡Luego aquel M. Lemaire era tan cruel!