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Ante el paso del gigante huían las gentes dando gritos. Sus pies sólo encontraban un desierto repentino, mientras á sus espaldas se iba levantando un bullicio enorme, pues el público se arremolinaba para seguirle entre vaivenes de audacia y de pavor. Aquella cárcel estaba guardada por una tropa numerosa, compuesta de mujeres flecheras y hombres barbudos de la policía montada.

La campana que á las ocho nos recuerda á los que fueron, tiene un eco tristísimo, efecto sin duda de alguna rotura en el bronce. Todo el silencio que rodea al templo durante las horas de las sombras, se convierte en alegre bullicio tan luego aquellas desaparecen.

El jardín, como nadie ignora, es muy bonito, y por la noche, iluminado con luces de gas veladas por globos de cristal blanco y opaco, parece mayor. Aquella iluminación presta a los árboles y a la verde hierba y a las flores cierta vaguedad y hermosura. La animación y el bullicio dan al conjunto superior agrado.

Excepto la entrada de los emigrados en la plaza del Vaticano, entre un bullicio indefinible de pueblo y millares de hachas encendidas, así como la iluminacion instantánea de la cúpula de la gran Basilica en la noche de San Pedro: exceptuadas estas dos ocasiones, repito, no he experimentado nunca un sentimiento en que más participara de esa especie de éxtasis con que adormece nuestro ánimo la percepcion de lo maravilloso.

El viento soplaba recio, haciendo rodar sobre la negra superficie del mar enormes olas que venían á estrellarse con fragor sobre la muralla. Cádiz, la más bella ciudad de la Bética, enclavada dentro del Océano, apoyándose en la tierra solamente por un brazo estrechísimo, vivía feliz y tranquila en las fauces del monstruo. El bullicio de sus calles llegaba á los oídos de nuestros jóvenes.

La ventana daba sobre la obscura fachada del Hospital, y el ruido y bullicio del tráfico de Piccadilly ascendían hasta la habitación del muerto. Su historia era ciertamente una de las más extrañas que hombre alguno haya referido. Su misterio, como lo veremos, era verdaderamente pasmoso.

Espesos muros la rodeaban. Ni un eco del bullicio exterior, ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el espesor de los sillares de pórfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia. Religioso silencio velaba en ella la castidad del aire dormido.

Esto le pareció en seguida peligroso y feo, y alquilaron un cuarto en la calle del Caballero de Gracia, un entresuelo pequeñito que amueblaron con elegancia. La vida de Raimundo experimentó un cambio radical. De aquel retiro absoluto en que vivía, pasó súbito al bullicio del mundo aristocrático; teatros, bailes, comidas, carreras de caballos y partidas de caza.

Como el calor sofocaba, habíanles puesto la mesa en el jardín, dentro de un aposento formado de tablas con dos grandes ventanas al campo. Y sin ceremonia alguna, en medio del bullicio y la alegría, sentóse cada cual donde bien le pareció.

A partir de aquel instante estuvo Magdalena distraída y visiblemente preocupada, tanto que casi no respondía a las palabras de Amaury. Seguía con la mirada a Antoñita, que habiendo recobrado con el bullicio, la luz y el movimiento, su habitual jovialidad, parecía infundir a su paso una corriente de alegría en el ambiente de aquel salón que atravesaba ligera y gentil como una sílfide.