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La tristeza de doña Luz, pasados algunos días, tuvo más de dulce que de amarga: aunque no dejaba de ser tristeza, estaba mitigada por la satisfacción que sentía doña Luz de haber inspirado tan viva simpatía; por la declaración, hecha por el mismo Padre, de que ella no había sido coqueta, y por la absolución, que ella misma se daba, después de hacer un examen de conciencia muy rigoroso.

¡Conservo suave memoria de los días allí pasados! mi cuarto, encalado de blanco, con una cruz negra, tenía un recogimiento de celda. Me despertaba siempre al toque de maitines.

Y, sin embargo, uno de aquellos instantes, pasados casi inadvertidamente para la gente de la ciudad, había producido, á la vista de ella, como quien dice, el desastre más espantoso que registran los cántabros anales.

Y más le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

Sólo nos quedan preciosos recuerdos y riquísimos ejemplares de lo que fué nuestra industria sedera en pasados siglos, como la maravillosa capa de Carlos I, que se conserva en la Parroquia de Santiago en esta ciudad, las obras maestras de las Catedrales de Sevilla, Toledo y Córdoba y la tapicería riquísima del Real Palacio de los Reyes en Madrid, Aranjuez y el Escorial, y esa variedad, en suma, de preciosas producciones, que es la admiración de propios y extraños, en casullas, capas y ornamentos sagrados, que existen en todas las Catedrales de España.

Como notase en D. Alonso iguales síntomas de recrudecimiento, se franqueó con él, y desde entonces pasaban gran parte del día y de la noche comunicándose, así las noticias recibidas como las propias sensaciones, refiriendo hechos pasados, haciendo conjeturas sobre los venideros y soñando despiertos, como dos grumetes que en íntima confidencia calculan el modo de llegar a almirantes.

1 Y volvió Job a tomar su propósito, y dijo: 2 ¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días cuando Dios me guardaba, 3 cuando hacía resplandecer su candela sobre mi cabeza, a la luz de la cual yo caminaba en la oscuridad; 4 como fue en los días de mi juventud, cuando Dios era familiar en mi tienda;

El primer acto, por decirlo así, era de escaso interés. Después de sus primeros años, pasados al lado de su madre, veía su vida de colegio, vida triste y sin amigos, que tanto influyó sobre su carácter, haciéndolo huraño y retraído. Empezaba el segundo acto con un cuadro pavoroso.

Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

Es extraño, también, que a sólo tres millas del lugar indicado viva en el monasterio capuchino fray Antonio. ¿Quién es fray Antonio? preguntó Hales, quien contemplaba aún las cartas con toda atención. Le expliqué, y el anciano se sonrió, pero yo conocí que en la descripción del monje había reconocido a uno de los amigos de Blair, de los años pasados.