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Y, al decir esto, el honrado Lionetti sacudió, conmovido, la ceniza de su pipa y se arrebujó en su capotón, dándome las buenas noches... Durante algún tiempo, continuaron hablando a media voz los marineros... Después, una tras otra, se apagaron las pipas... No se pronunció una palabra más... Marchose el pastor viejo... Y yo me quedé solo soñando despierto, en medio de la tripulación dormida.

Efectivamente, la voz del gigante, sonando como un trueno desde lo alto, hubiese llamado la atención de todos sus guardianes y hasta de las tripulaciones de los buques de guerra que evolucionaban en plena mar vigilándole. Continuó el gigante su viaje con una roca en cada mano, y el pescador, recobrando sus remos, se alejó hacia el puerto.

Marchaba cantando, y mientras cantaba iba recordando y mientras recordaba iba soñando despierto. Antes de llegar á Rivota, en un recodo del camino sombrío y temeroso oyó una voz que gritó: ¡Alto! Y á pocos pasos delante de distinguió los bultos de unos cuantos mozos que sin duda venían de la lumbrada del Otero. ¿Quién me da el alto? preguntó con arrogancia el joven.

No había hecho mas que dormir, como tantos protagonistas de cuentos y comedias, soñando con arreglo á su última lectura y viendo las escenas de su ensueño lo mismo que si realmente transcurriesen en la realidad. Sintió un escalofrío, y poniéndose de pie, miró su reloj. Eran las ocho. Los pasajeros debían estar ya terminando de comer.

Porque él podía ser ambicioso, pero no tanto como hombre de sano corazón y de nobles miras. »Todo esto le comprendí; todo esto deduje de sus intrincados períodos, y todo ello me dio bien claro a entender a dónde pensaba ir a parar por aquel camino. ¡Eso sólo me faltaba! ¡Y en qué ocasión venía! ¡Estar soñando con néctar de los dioses, y despertar con aquella melaza entre los labios!

Hacía casi veinticuatro horas que estaba sonando para él la trompeta del juicio final. Su hermano muerto, su corazón amargado; su cocina, que constituía para él la mitad de su alma, abandonada. Y además de esto, metido en enredos trascendentales, de los cuales no sabía cómo salir; amenazado casi con la Inquisición... La cabeza de Francisco Martínez Montiño era un hervidero.

Sabía lo que era el amor entre los blancos tabiques de un camarote, y quería continuar, fuese con quien fuese, los encuentros de pasión en una de estas cajas de madera, sonando a sus pies el abejorreo de la máquina, oyendo junto al tragaluz el chapoteo de la ola perezosa. Esta mujer venía a él, hermoseada por la noche, humilde y sumisa como una esclava de guerra... ¡tanto mejor!...

Y al oir el grito de ¡vivan los novios! que repetía sin cesar el cortejo nupcial, sus cándidas mejillas se coloreaban, sus labios de coral se dilataban con sonrisa dulce murmurando: «¡Una boda!» y tornaba al lecho y se dormía soñando escenas de felicidad que el cielo bendice.

En la venta del burdo género están las patatas y el pan para todo el año; y soñando con la inmensa felicidad de volver a casa con una docena de duros, zapatos para las hijas y un refajo para la mujer, pasean tristes y resignados por entre el gentío, lanzando a cada minuto su grito melancólico como una queja: «¡Medias y calcetines...! ¡el medieroDoña Manuela iba mal por el arroyo.

Estáis soñando. ¿Huelga? ¿Para qué? ¿Para hocicar en cuanto falta el pan en casa, quedar empeñados y volver al trabajo? Lo de los cartuchos, es una salvajada de cobardes; ¡por cuenta mía no se asesina a nadie! Dejad a mi cargo la venganza, que será buena.., y larga.