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Tiros, señor dijo el conserje . Una descarga. Debe ser en la plaza. Minutos después vieron llegar á una mujer del pueblo, una vieja de miembros enjutos y negruzcos, que jadeaba con la violencia de la carrera, lanzando en torno miradas de locura. Huía sin saber adonde ir, por la necesidad de escapar al peligro, de librarse de horribles visiones.

Hombres, mujeres y chiquillos nos seguían con mirada ansiosa, lanzando gritos de satisfacción al ver cómo nuestra barca, haciendo un último esfuerzo, se adelantaba cada vez más a su perseguidor, llevándole una media hora de ventaja. Hasta el alcalde estaba aquí, para servir en lo que fuera bueno.

Fortunata no daba un paso. Y se precipitó en los brazos del Delfín, lanzando este grito salvaje: «¡Nene!... ¡bendito Dios!». Olvidados de todo, los amantes estuvieron abrazados largo rato. La prójima fue quien primero habló, diciendo: «Nene, me muero por ti...». «Ven acá» dijo Santa Cruz cogiéndola por una brazo. Dejábase llevar ella, como la cosa más natural del mundo.

Una gran piedra ha hecho determinar una curva á la corriente, lanzando á ésta contra otra orilla, formando una brusca sinuosidad, y así gradualmente se ha cavado un cauce según su capacidad: más arriba, ramas encadenadas; hierbas y piedras, han servido de punto de apoyo para formar uno ó varios islotes rodeados de cauces tortuosos llenos de arena hermosamente blanca.

Las demás, repuestas de la sorpresa, siguieron hablando, como si nada hubiera pasado, no queriendo conceder á la intrusa ni el honor del silencio. Bajó Roseta á la fuente, y después de llenar el cántaro, sacó, al incorporarse, su cabeza por encima del muro, lanzando una mirada ansiosa por toda la vega. Mira, mira, que no vindrá . Mira, mira, que no vendrá.

El cielo seguía dejando caer, inflexible, su depósito inagotable de polvo líquido. Dos de los filósofos del arroyo se palparon la ropa, sacudieron el sombrero y, lanzando una sorda imprecación a los elementos, vinieron a refugiarse al soportal, produciendo al llegar leve disturbio entre sus convecinos.

Había sin duda bastante incoherencia en sus frases, relataba pormenores ridículos y hasta necios e indignos en ocasiones, pero en otras se mostraba grande y fuerte, pisoteando sus pasiones y lanzando su vuelo hacia la luz y la verdad.

Iba lanzando nombres de navegantes y descubridores, á su capricho, mientras examinaba desde abajo el método con que el camarero italiano colocaba las banderas. ¿Ya estaba puesta la de la Argentina, y á su derecha, bien clavada, la de España?... ¡Muy bien!...

No supo cómo fue; pero a las once menos cuarto estaba de nuevo delante de la casa de Rosa, con los dedos en la boca y lanzando un silbido que vibró agudo y penetrante en la estrecha cañada. Esperemos. No se oye nada. Nada. ¡Qué fastidio! Me parece... ; un rumor casi imperceptible. Algo mayor. ¡Oh dicha, abren la puerta! ¿Eres , Rosa? Chiiiis, no hable alto, D. Andrés...

¡La reina! murmuró profundamente el padre Aliaga, lanzando una mirada recelosa á la cortina, tras la cual se ocultaba el bufón. ¡La reina! dijo con extrañeza el tío Manolillo, detrás de aquella cortina.