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Además, me preocupa el camarote misterioso, ese camarote entre el suyo y el mío, siempre cerrado, y cuya llave guarda él cuidadosamente.

Aprovechando cierto diccionario curioso que uno de los socios del Camarote poseía, trituraban sin piedad lo mismo los artículos que las «novelas a la mano» del Faro. No sería ciertamente en su famosa historia, contada por Cervantes. Si empleaba la palabra «gubernamental», o «banal», o la frase «tener lugar», ¡qué carcajadas las del Joven Sarriense! ¡qué chacota! ¡qué desprecio!

Lleva el traje nuevo. El señor don Matías Cepeda era el socio principal de la Sociedad naviera Vasco-Andaluza, Cepeda y Compañía, propietaria de la fragata que mandaba don Ciriaco y de otros muchos buques. Fuimos al barco, dormí yo en mi camarote y por la mañana me despertaron dos golpes en la puerta. ¡Eh, Shanti! me dijo don Ciriaco , ya es hora. Duermes como un lirón.

El pobre señor está muy triste dijo Munster . Me comunicó anoche que pasaría encerrado todo el día en su camarote. Hoy es el sexto aniversario de la muerte de su señora, y todos los años, esté donde esté, hace lo mismo. Se aísla, piensa en ella, no come; llora con toda libertad.

Don Serapio sintiose acometido nuevamente de un rapto marítimo, y sujetando el sombrero con una mano y accionando dramáticamente con la otra, cantó: Dichoso aquel que tiene su casa a flote y a quien el mar le mece su camarote.

Sin otras lecturas que las de su carrera, hablaban con asombro de los numerosos libros que llenaban el camarote de Ferragut, muchos de ellos sobre materias que les parecían misteriosas. Algunos hasta hacían afirmaciones inexactas para completar el prestigio de su camarada: Sabe mucho... Además de marino, es abogado. La consideración de su fortuna contribuía igualmente al aprecio general.

Ferragut adivinó que el pobre telegrafista deseaba gozar las delicias de dicha tranquilidad. Su compañero de servicio roncaba en un camarote vecino, y él sentía deseos de imitarle, inclinando su cabeza sobre la mesa de los aparatos... «¡Hasta mañanaTambién se durmió inmediatamente Ulises, luego de estirarse en la estrecha litera de su camarote.

El campo más adecuado para la lucha que los del Saloncillo y los del Camarote habían emprendido y el de resultados más positivos lo mismo para el vencedor que para el vencido, era la política. A él volvieron, pues, desde los primeros momentos los ojos unos y otros contendientes. No perdonaron medio alguno para derribarse y triunfar.

Era tan extraordinario el caso, que saqué del camarote la cabeza: ¡Eh, Palombo! ¿No cantas hoy? Palombo no respondió. Estaba inmóvil, tendido en su banco. Me acerqué a él. Castañeteábanle los dientes; la fiebre hacía temblar todo su cuerpo. Tiene una puntura me dijeron afligidos sus camaradas. Ellos llaman puntura a una punzada de costado, una pleuresía.

Ojeda debía decir algo a don José para que asistiese a la fúnebre ceremonia. Y aquél aceptó, yendo en busca del cura. Estaba ya en su camarote preparándose para dormir, pero al saber lo que deseaban de él, se enfundó de nuevo en la sotana. Era un bracero de la Iglesia, siempre dispuesto al trabajo.