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Don Jacinto estuvo más firme que una roca; eclipsó casi la memoria del hijo predilecto del patriarca Jacob, todo ello con tal dignidad y tan sin melindres ni remilgos, que la risa y la chacota, que el tío y sus dos amigos empezaron a mostrar, hubo pronto de trocarse en admiración y respeto.

Delante fueron las Josefinas, soñolientas aún y dando bostezos, empujándose unas a otras. Seguían las Filomenas con cierto orden, las más diligentes dando prisa a las perezosas. Donde hay muchas mujeres, tiene que haber ese rumor de colegio, que se hace superior a la disciplina más severa. Entre chacota y risas se oía el rumorcillo aquel: «Mauricia... ¿no sabéis?

Compostela es pueblo en que nadie quiere pasar por ignorante, y comprendía el señorito cuánto se mofarían de él y qué chacota se le preparaba, si se averiguase con certeza que no estaba fuerte en ortografía ni en otras ías nombradas allí a menudo.

Esto de lavarse las manos lo repetía mucho la Caña; pero los hechos no correspondían a las palabras como lo demostraba la simple observación. «Ustedes podrán creer lo que les acomode repetía el escritor de Hacienda, intentando elevar su dignidad de noticiero sobre la chacota de sus amigos , pero lo que yo sostengo es que antes de un mes está el Príncipe Alfonso en el trono». Risa general.

Oyó Benina con interés y piedad este relato, que aquí se da, para no cansar, reducido a mínimas proporciones; y como era mujer de buen sentido, no incurrió en la ligereza de engreírse con aquella pasión africana, ni tampoco hizo chacota de ella, como natural parecía, considerando su edad y las condiciones físicas del desdichado ciego.

802 "Y ya caliente Barullo, quiso seguir la chacota; se le había erizao la mota lo que empezó la reyerta: el viejo ganó la puerta y apeló a las de gaviota." 803 "De esa costumbre maldita dende entonces se curó; a las casas no volvió: se metió en un cicutal y alli escondido pasó esa noche sin cenar."

Quintín Porras, no le venía mal el apellido poseía el don de penetrar con la mirada en lo más hondo de la conciencia ajena. Caía en ella como el buzo en el mar, como buzo que se sumerge hasta apoderarse de la concha. La asía, no la soltaba, y salía luego a flote, pregonando su victoria. Sin pararse en pelillos descubría el secreto sorprendido, haciendo de él fisga y chacota.

Ni con echarlo a broma haciendo chacota de su austero propósito, ni con mostrarse enojado, ni con bajarse a las súplicas logró nada nuestro buen caballero. María opuso a estos ataques, como había hecho con su novio, una actitud humilde, pero resuelta, imposible de vencer.

El conde contestó con pullas y burletas a la homilía: la gente, entre la que había no pocos forasteros, se puso de lado del burlón, a pesar de ser D. Luis el hijo del cacique; el propio Currito, que no valía para nada y era un blandengue, aunque no se rió, no defendió a su amigo; y éste tuvo que retirarse, vejado y humillado bajo el peso de la chacota.

Empezó dando puntadas. Como al principio era su charla frívola y de gacetilla, todos se reían y el Pater estaba en sus glorias. Pero poco a poco iba sacando Rubín proposiciones serias. El poder temporal del Papa fue puesto por los suelos, sin que ninguno de los tonsurados hiciese una defensa formal. El Pater y Quevedo tomaban la cuestión con calma, oponiendo a los ataques de Rubín argumentos evasivos en estilo joco-serio. Pedernero lo echaba todo a chacota; pero una noche que llevó Rubín, bien fresquecito y pegado con saliva, el tema de la pluralidad de mundos habitados, Pedernero empezó a despabilarse. Era doctor en Teología, y aunque había ahorcado los libros hacía mucho tiempo, algo recordaba, y tenía además grandes dotes de polemista. Rubín salió un tanto contuso; pero en retirada se defendía bien con su flexibilidad y agudeza. Más adelante llevó un arsenal de argumentos contra la revelación. «Esto no lo creen ya más que los adoquines...». Todo el Viejo Testamento no era más que un fraude, una imitación de las teogonías india y persa. Bien se veía la reproducción de los mismos mitos y símbolos. El pecado original, la expulsión del paraíso, la encarnación, la redención, eran una serie de representaciones poéticas y naturalistas que se reproducían al través de los siglos, «lo mismo a orillas del