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Actualizado: 30 de junio de 2025


Y los dos acompañantes, menos ebrios que yo, pretendían disuadirme arrancándome de allí. «Mi amigo, no haga leseras...» «Compañero, no sea empecinado.» Y al fin pudieron meterme en mi camarote y acostarme, y allí he estado hasta que me despertó la música... Un baño a toda prisa, y a enfundarme en este traje de marinerito amoroso que guardaba con impaciencia desde que nos embarcamos, ¡Pocas ganas que tenía yo de lucirlo!... ¿Eh? ¿qué le parece el trajecito de mi patrona?...

Se acuerda todavía de la broma de la otra noche. ¡Mal corazón!... ¡Como si todos estuviésemos obligados a vivir tristes y vestidos de luto, como él!... ¿Qué hará en este momento la princesa que guarda encerrada en el camarote?... ¡Y no haber descubierto yo todavía este misterio! ¡Qué vergüenza! Cesó de pensar en el hombre negro y su incógnita cautiva al volver a la banda de estribor.

Su vida era una verdadera novela folletinesca, con encuentros de fieras y de bandidos. Y no obstante su pasado enérgico, permanecía horas enteras en el sillón, anonadada por una fatiga sin causa. Descender al camarote era empresa que le hacía reflexionar largamente, acabando por pedir que la sustituyese una de sus amigas.

Pasaba el tiempo sin que tuviese fuerzas para abandonar aquel banco lejos de la luz. Temía volver al ruido de abajo. Retardaba el instante de entrar en su camarote, como si de los tabiques pudieran desprenderse, saliendo a su encuentro, los recuerdos que había clavado con la fijeza de sus ojos en las horas nocturnas de melancolía.

Para llegar a su camarote era necesario pasar por nuestra cámara, en donde dormíamos gentes de su confianza, y luego seguir por un pasillo en zig-zags, forrado de hierro, con agujeros pequeños y redondos para disparar por ellos en caso de ataque.

Los libros que llenaban el camarote del capitán le hacían recordar sus angustias al examinarse en Cartagena para adquirir el título de piloto. Los graves señores del tribunal le habían visto palidecer y balbucear como un niño ante los logaritmos y las fórmulas trigonométricas.

Por ser bajo de techo y tener embutida en la pared una litera que sirvió para dormir la siesta Marín, empezó a llamarse a aquel sitio en la población el Camarote, y este nombre le quedó. Los del Faro, que habían desdeñado a los desertores mientras no tenían techo donde guarecerse, entraron en cuidado.

Pero ven conmigo á tu camarote... Te vestirás mientras Marenval se levanta; él no es tan madrugador como yo y además las fatigas y las emociones de esta terrible jornada le habrán rendido... Pero está contento y orgulloso.

Hecho esto, volvimos debajo de la toldilla porque hacía más fresco, y además porque podíamos desde allí ver algo de lo que pasaba en cubierta. Nuestro anhelo y nuestro temor eran tan grandes, que casi no sentíamos la sed. Pasamos las primeras horas de la noche alerta. En el camarote del capitán habían botellas de cerveza, que era bebida que él solía tomar alguna vez.

En el resto de la tarde habían evitado encontrarse otra vez: ella como arrepentida de su debilidad, él con remordimiento. Luego de la comida, mientras Fernando quedaba solo en el paseo, con visible propósito de aislarse de todos, Mina emprendió con el pequeño Karl el descenso al camarote, para no volver a mostrarse hasta el día siguiente. Aquella noche ¡ay! no iba a ser de ensueños...

Palabra del Dia

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