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Ganaba cuanto quería; parecía un muchacho con su trajecito claro, corbata roja y el enorme cigarro, al que conservaba la sortija de papel, para que todo el mundo se enterase de su precio. A un lado tenía a Teresa, tranquila y sin sentir la menor sospecha de infidelidad, y al otro a doña Manuela, orgullosa de la admiración que ella y sus niñas despertaban en una parte de la plaza.

Se veía con la imaginación vistiendo el trajecito escocés de su niñez, cuando su madre, con tocas de viuda, le llevaba a la Glorieta a que jugase con las niñas, pues su timidez y debilidad no le permitían alternar con los revoltosos muchachos. ¡Cuan hermosa estaba con sus negras tocas!

Fuera de esto, era un muchacho encantador; y en caso de duda, bastaba con preguntarlo a su mamá. ¿Quién llevaba con más garbo que él el gabán sin costuras, ancho y deforme como un saco? ¿Quién, en verano, iba más mono con el trajecito de franela y la marinera de paja? ¿Quién daba mejor sombrerazo rígido, moviendo al mismo tiempo la cabeza y levantando un pie?

Chomín se ahogó en un naufragio, y la viuda, llevando en brazos al futuro doctor Aresti, que entonces tenía seis años y se miraba con asombro el negro trajecito, lloró desesperadamente por todos los rincones de la casa de su hermana. No te apures, mujer decía el señor Juan. Otras están peor que , que tienes á tu hermana y me tienes á . No morirás de hambre, ya que según parece, voy para rico.

Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos.

Desde entonces se vio a Robillotti acompañado de un joven al parecer criollo, llevando con cierta elegancia un trajecito de saco, de esos que son una falsificación de última moda, hechos con toda conciencia por un sastre baratillero y que era de su misma opinión en todos los asuntos que trataban.

En Agosto ocurrió algo que no estaba en los papeles, y fue del modo siguiente. Una mañana fue Torquemada a ver a doña Lupe para tratar de negocios. Con su traje de verano, tenía el buen D. Francisco aspecto semejante al de los militares que vienen de Cuba, pues a más del trajecito azul, se había encasquetado un sombrero de paja de ala ancha.

Al día siguiente volvió y me compró otro «marinero». Charlamos; era muy amable; le confieso que me gustaba mucho. ¡He aquí que, a los tres días, vuelve y me compra el tercer «marinero»! Esto principia a inquietarme. Me muestro más reservada y él no se desanima. Todos los días, a la misma hora, se presentaba y me compraba el mismo trajecito.

¿Pero el conde no te trae muchos juguetes? ¿no te lleva en coche a la Granja? ¿no te ha comprado el trajecito de charra? ... pero no es mi padrino. Los del grupo acogieron con risa esta respuesta. Comprendían que la niña mentía. Don Pedro no era hombre para inspirar afecto muy vivo a nadie. Pues yo creo que el conde también es tu pa...drino.

Una vez se vió á Ester bordando un trajecito de niño de tierna edad, con tal profusión de oro, que casi habría dado origen á un motín, si en las calles de Boston se hubiera presentado un tierno infante con un vestido de tal jaez. En fin, las comadres de aquel tiempo creían, y el administrador de aduana Sr.