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Actualizado: 30 de junio de 2025


Se trataba de persuadir a un banquero de aquella población, para que no enajenase las acciones que tenía, en un embarcadero de Sarrió, a cierto individuo del Camarote, como se decía. En todo caso, que se las cediese por el mismo precio a don Rosendo. Hacía ya dos días que estaba allá.

No salía para nada de su camarote, y a veces entreveíamos su cara, horrible y roja por el calor, asomarse a la puerta, respirar un momento y volver al antro. Volví a encontrarla más tarde a poca distancia de Honda; había emprendido a pie el camino de Bogotá, y me costó un triunfo el hacerle aceptar lo necesario para procurarse una mula.

Al entrar Fernando en su camarote experimentó una gran sorpresa viendo el retrato de Teri... Luego se avergonzó de la inconsciencia en que vivía, semejante a la del ebrio que recuerda los propios asuntos cual si fuesen de otra persona.

¡Mi novio!... ¡mi poeta! Había caído en sus brazos, se colgaba de sus labios en un beso largo de ruidosa aspiración. Luego se apartó bruscamente, como si la poseyese otra vez el miedo. Márchate... Podrían vernos. Había entrado en su camarote, estaba al otro lado de la puerta, pero la mantenía a medio cerrar para verle un momento más, acariciándolo con su sonrisa y sus ojos.

El suizo se había precipitado a su camarote y hacía sus maletas con una velocidad increíble... El vapor apareció; pero como todos tienen un corte igual, es necesario esperar a oír el silbato para distinguirlos. ¿Sería el Victoria? ¿Sería el Calixto? En ambos casos estábamos salvados.

Todas esas gentes parecen contentas con su suerte. A popa, delante del camarote, había un gran balde lleno de agua llovida, donde la tripulación calmaba la sed, y recuerdo que, apurado el último buche, cada uno de esos pobres diablos sacudía su escudilla con un ¡ah! de satisfacción, una expresión de bienestar tan cómica como enternecedora.

Incorporándose, columbró Fernando por entre las cabezas de la mesa inmediata la cabellera rubia cenicienta de Maud. Isidro preguntó a Munster por el doctor Rubau. Nadie le había visto. Continuaba metido en su camarote, para solemnizar con este encierro el doloroso aniversario.

Se estremecía pensando que tendría que acostarse en un estrecho camarote contra cuya pared se estrellarían sin tregua las olas amenazando destruírla. ¿Cómo dormir con tales emociones? Por otra parte estimulaba su orgullo la idea de entrar en el rango de los grandes señores modernos que dominan todas las dificultades materiales por la fuerza del dinero.

El capitán era una especie de oso de mal humor. Hicimos un viaje horrible, con tiempo malísimo y mar borrascoso. El capitán, sin duda, no tenía por costumbre ocuparse del barco, y se metió en su camarote a intoxicarse con whisky. A la hora, apareció borracho, con la nariz roja y balbuceando, y en vista del temporal, intentó cambiar de rumbo y marchar a refugiarse a Inglaterra.

El cielo se enturbió por la tarde, y al anochecer, hallándonos ya a gran distancia, vimos a Cádiz perderse poco a poco entre la bruma, hasta que se confundieron con las tintas de la noche sus últimos contornos. La escuadra tomó rumbo al Sur. Por la noche no me separé de él, una vez que dejé a mi amo muy bien arrellanado en su camarote.

Palabra del Dia

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