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La criada salió corriendo por el pasillo adelante y Carmencita volvió a posar los ojos, errantes y nublados, sobre el Niño Dios de madera. Ya el niño no miraba a la puerta.... ¿Adónde miraría?... La muchacha, sumida en la insensatez confusa de sus pensamientos, sintió clavársele en el cerebro aquella curiosidad inexplicable, que le dolía como una punzada violenta. ¿Adónde miraba el Niño Jesús?

La impresión del frío prodújole a la salida del Círculo una ligera punzada en la muela fósil, y apretó el paso sobresaltado para llegar pronto al hotel y tomar buchadas de elixir que le librasen de una noche toledana.

«Cuando la matriz estuviese hinchada á causa de la obstrucción de periodo, se cojen hojas del arbusto Cipris se pasan al fuego y calentito se aplica al bajo vientre y se calmará la hinchazón. «Para las enfermedades de punzada es muy util las hojas del arbusto Quilala que después de piladas se aplican á la parte dañada.

Desde media noche sintió Maxi un entorpecimiento particular dentro de la cabeza, acompañado del presagio del mal. La atonía siguió, con el deseo de sueño no satisfecho y luego una punzada detrás del ojo izquierdo, la cual se aliviaba con la compresión bajo la ceja. El paciente daba vueltas en la cama buscando posturas, sin encontrar la del alivio.

El agudo dolor de una punzada, y otros que se sienten sin causa exterior conocida, no se refieren con tanta claridad á la extension, y parecen tener algo de aquella simplicidad que distingue las impresiones que nos llegan por el conducto de otros sentidos. Como quiera, es cierto que el percibir la extension pertenece de una manera particular á la vista y al tacto.

Desenvolví en seguida el envoltorio de papeles, que guardaba un bulto como del tamaño de un duro, y al ver lo que contenía, una luz vivísima inundó mi alma y sentí dolorosa punzada en el corazón. Era el retrato de Inés.

Lo único que sostenía era que el tal Juanito Santa Cruz era el único hombre a quien había querido de verdad, y que le amaba siempre. ¿Por qué decir otra cosa? Reconociendo el otro con caballeresca lealtad que esta consecuencia era laudable, sentía en su alma punzada de celos, que trastornaba por un instante sus planes de redención.

Resolvíase luego la punzada en dolor gravitativo, extendiéndose como un cerco de hierro por todo el cráneo. El trastorno general no se hacía esperar, ansiedad, náuseas, ganas de moverse, a las que seguían inmediatamente ganas más vivas todavía de estarse quieto. Esto no podía ser, y por fin le entraba aquella desazón epiléptica, aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo.

Y en medio de aquella languidez espiritual y de aquella debilidad física, el deseo de ser santa ardía en su corazón con encendimiento tenaz, atormentándole con la punzada hiriente de una idea fija. Era aquella la única luz que, con parpadeo vacilante, brillaba en su existencia.

¡Es tan triste sufrir!... Es tan sombrío batallar con el propio sentimiento, que, si no escuchas el acento mío, tal vez con la punzada del estío no me dure la vida ni un momento. ¡Oh! escúchame... ¡Aquí estoy! Solo, perdido en mitad de mi obscuro derrotero... Y aunque procuro, loco, dolorido, desterrar mi pesar con el olvido, ya no puedo luchar... ¡Amame o muero!