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Pues ¿qué ruido tan grande es éste le replicó el Estudiante. Yo te lo diré dijo el Cojuelo , si acabas de despertar y me escuchas con atención.

LEONOR. Vete; se acercan... ¿No lo ves? ¡Es el Conde! MANRIQUE. Don Nuño. ¡Es verdad...! ¡Gran Dios! ¿Y he de perderte? LEONOR. ¿Escuchas? MANRIQUE. ; ésta es la señal. DENTRO. Traición, traición. MANRIQUE. Estamos libres. DENTRO. ¡Traición! LEONOR. ¿Qué haces?

Haciendo un esfuerzo para reunir sus ideas, comenzó Muñoz a referirle su pasión, pero evitando pronunciar el nombre de Adriana. Julio le escuchó al principio con su habitual modo distraído; alzaba la copa diminuta, mirando al trasluz el licor. Entonces Muñoz se interrumpía: ¿Me escuchas, eh? ¿Me escuchas? Y le renacía contra su compañero de otro tiempo la antigua hostilidad.

Pero la hermana no calló. Ella economizaba, privándose de todo para sostener la apariencia de la casa, hasta que las niñas encontrasen «un buen partido»; pero a veces se tropieza con escollos insuperables y no sabe una cómo salir a flote. Pero... ¿duermes, Juan? ¿No me escuchas? Un gruñido dio a entender a doña Manuela que su hermano la oía con los ojos cerrados. Esto bastó para que continuase.

, que me escuchas, si el oido aplicas Al dulce cuento deste gran Viage, Cosas nuevas oiras de gusto ricas. Era del bel troton todo el herrage De durisima plata diamantina, Que no recibe del pisar ultrage. De la color que llaman columbina, De raso en una funda trae la cola, Que suelta con el suelo se avecina.

No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.

Responden sus grandezas al deseo Que tiene de mostrarse alegre, viendo De España y Francia el regio himeneo. Y este que escuchas, duro, alegre estruendo, Es señal que el torneo se comienza, Que admira por lo rico y estupendo. Arquímedes el grande se averguenza De ver que este teatro milagroso Su ingenio apoque, y á sus trazas venza.

¡Es tan triste sufrir!... Es tan sombrío batallar con el propio sentimiento, que, si no escuchas el acento mío, tal vez con la punzada del estío no me dure la vida ni un momento. ¡Oh! escúchame... ¡Aquí estoy! Solo, perdido en mitad de mi obscuro derrotero... Y aunque procuro, loco, dolorido, desterrar mi pesar con el olvido, ya no puedo luchar... ¡Amame o muero!

LEONOR. Manrique, espera... Partió sin escucharme... ¡Inhumano! ¿Por qué con delirio insano mi corazón le adoró? ¿Y es éste tu amor? ¡Ay! Ven... No burles así tu suerte, que allí te espera la muerte, y está en mis brazos tu bien. Ya no escuchas el clamor de aquella Leonor querida... ¡Gran Dios! Protege su vida, te lo pido por tu amor.

De improviso sus ojos irradiaron un rápido fulgor vago y sombrío, atentos al Oriente se tornaron, y trémulos sus labios exclamaron, con acento á la par triste y bravío: ¡Ah! ¡en mi busca se acercan! ¡huye! ¡véte! ¿no escuchas el rumor vago y perdido que crece, que se acerca, que arremete, de la rauda carrera de un jinete y de feroces perros el ladrido?