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Harto había notado Nuño la fina devoción y el acendrado rendimiento con que el mancebo cautivo miraba y servía a su señora; pero no se atrevía a sospechar que ella pagase con amor tan delicados extremos, si bien advertía que a veces, bajo la ardiente mirada del joven, doña Mencía bajaba suave y lánguidamente los ojos, y tal vez se ponía encarnada como las amapolas, y aun creyó percibir en ocasiones, por entre los párpados y sedosas pestañas de ella, asomar una lágrima, que más que amarga parecía ser de ternura.

Cumplió Nuño las órdenes, y pocos instantes después compareció el rapaz ante la hermosa dama, que le recibió, como juez severísimo, con imponente autoridad y compostura. Nuño y Leonor se retiraron a una señal de la dama. Esta quedó sentada en un sillón de brazos, como si fuera tribunal o trono. El rapaz estaba de pie enfrente de ella, con ademán muy respetuoso por cierto, pero en manera alguna temeroso ni turbado. Con enérgicas palabras la dama le echó en cara su fea conducta, le amonestó para que se corrigiese, y le exigió que pidiera perdón de su culpa.

SANCHO. Magnánimo señor, a quien las frentes Humillan estos montes coronados De nieve, que bajando en puras fuentes, Besan tus pies en estos verdes prados: Por consejo de Nuño y sus parientes, En tu valor divino confiados, Te vine a hablar y te pedí licencia, Y honraste mi humildad con tu presencia.

A fin de cumplir tan devota determinación, de que sólo dio noticia entonces al P. Atanasio, se despidió de la hueste como si tratase de hacer una breve ausencia, y acompañada solamente del mencionado Padre, de Nuño y del futuro yerno de éste, salió para Córdoba aquel mismo día.

Quiérole honrar y hacer fiesta, Y el muy necio, hermana mía, En tu presencia porfía Con voluntad poco honesta. Llévala, Nuño, y descansa Esta noche. NU

A la caída de la tarde del día siguiente, Nuño y Juan Moreno Güeto volvieron al castillo, pero volvieron solos. Del mancebo nada se supo después. Nuño y Juan Moreno Güeto no quisieron satisfacer nunca la curiosidad de la gente de la guarnición diciendo dónde le habían dejado.

Antes que la ganase S. Fernando por las pujantes embestidas del capitan D. Domingo de Lara, de quien conserva aun el nombre un barrio de la villa, habian otros dos reyes de Castilla, Alfonsos ambos, arrojado de ella á los agarenos en 1155 y 1190, poniendo el último de ellos por alcaide y adelantado de su frontera á D. Nuño de Lara .

He tratado de casarme Con una doncella honrada, Hija de Nuño de Aibar, Hombre que sus campos labra, Pero que aun tiene paveses En las ya borradas armas De su portal, y con ellas, De aquel tiempo, algunas lanzas. Yo, señor, tomé el consejo, Y vengo, como él lo manda, A deciros que me caso. D. TELL. Nuño es discreto, y no basta Razón a tan buen consejo. Celio... CELIO. Señor...

BRITO. Señor Nuño, corre presto, Porque a la puerta de casa Se apean tres caballeros De tres hermosos caballos, Con lindos vestidos nuevos, Botas, espuelas y plumas. NU

Nuño tenía además la más completa convicción de que el mancebo no perseguía ya ni inquietaba a Leonor, cuya honestidad estaba segura.