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Vistieron á la muerta, la adornaron y la tiñeron el cabello antes de desfigurarle la cabeza á balazos. Querían, seguramente, perderte, pero no querían menos salvarse. Cesa de dudar la evidencia. Todo es seguro ya. ¿No fueron á retirar las alhajas del Monte de Piedad el mismo día del crimen? no pudiste hacerlo puesto que no tenías la suma necesaria y habías enviado á Lea la papeleta.

La dama elegante, de gesto altivo e irónico, tomaba en la intimidad un aspecto de paje. Después él se veía de pie, yendo hacia ella, con la voz ronca y temblona de emoción. «¡Paje adorado!... ¡Y no verte más! ¡Perderte dentro de poco!...»

tendrás en tu casa algún escondrijo... ¡Los sótanos! exclamó doña Ana. Pues á los sótanos; agarra pronto, si no quieres perderte... concluyamos por el momento, que yo volveré. Esperad... esperad... voy á abrir las puertas dijo con angustia doña Ana para que nada nos entretenga y salió y volvió poco después. Entonces la ramera y el bufón asieron del bandido, y le llevaron.

La dije: Te he perdido, he querido perderte: siento que mi culpa es irreparable. ¡Pero si supieras lo que pasa dentro de ! Te pido por favor que no me abandones en este momento en que todo se derrumba en torno mío. Más tarde harás lo que quieras... Ese mismo día, el día de la tempestad había hablado usted también. Estrechada entre nuestras dos pasiones, resolvió morir.

No debemos continuar viéndonos de esta manera. Si alguien lo sabe, estoy perdida. podrás perderte, pero yo lo estoy ya; perdido de amor por ti, que ni descanso, ni duermo, ni sosiego, ni hago cosa a derechas; todo el día estoy contando minutos y esperando que llegue este momento para decirte que te quiero... ¡Qué hermosa estás!

Y turbose, y pareciole que Dios, viéndole en aquel mal paso en que, olvidado de su obligación y de la grande y sagrada deuda que con Margarita le había empeñado, le llevaba a aquella habitación de doña Guiomar, en que él sabía que Margarita estaba, como diciéndole: «Este es tu camino; no el de tus gustos, que tan desatentadamente buscabas para perderte

MANRIQUE. No; ya no tiemblo, ya todo lo olvidé... mira, esta noche partiremos al fin de este castillo... no quiero estar aquí. LEONOR. Temes acaso... MANRIQUE. Tiemblo perderte; numerosa hueste del rey usurpador viene a sitiarnos, y este castillo es débil con extremo; nada temo por , mas por ti temo. LOS MISMOS y RUIZ MANRIQUE. ¿Qué me vienes a anunciar?

La fantasía encendida del mancebo no dejaba de recorrerlas una á una, complaciéndose y recreándose en ellas, y adornándolas con los detalles más inefables y primorosos. Una tarde reciente le había dicho la condesa echándole los brazos al cuello: «Escucha, Octavio; tengo miedo, mucho miedo de perderte. Vivo en continuo sobresalto, que amarga y emponzoña los instantes felices que paso á tu lado.

Te agradezco tu franqueza y no abusaré de ella para perderte. ¡Yo no soy un Sorege! Pero es preciso que yo me disculpe y para ello necesito la prueba material de mi inocencia. Esa prueba sólo puedes proporcionármela. ¡Te la daré! ¡No vacilo! He sufrido demasiado y no puedo ya vivir así. ¿Quieres que te escriba la confesión que te he hecho? ¡Estoy pronta!

Los dedos le bailaban, sin embargo, tal era su coraje; con tanta embestida como había sufrido, su escuálido bolsillo debía estar hecho jirones. ¡Ah, camastrón! ¿esas tenemos? ¡pues en guardia! No he de perderte de vista; el amigo Portas, que es un lince, sabe lo que se dice. No hay que fiarse de estos fantasmones. Sigamos el consejo: apartémonos, pero, ¡alerta!