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Su hermano mayor, Alejandro Miquis, que estudiaba Leyes, había muerto algún tiempo antes, de una enfermedad terrible. Augusto despuntaba, desde muy niño, por la Medicina, y jamás vaciló en la elección de carrera. Su padre le enviaba treinta y cinco duros al mes, y él sabía arreglarse. ¡Había tenido diez y siete patronas!

Contra estos aventureros y aun contra todo el poder de los yankees que los protegen debemos luchar, ya que es inevitable la lucha. Confieso dijo entonces D. Prudencio que me hace bastante fuerza eso de que no debemos abandonar á los cubanos fieles y pacíficos. Por eso vacilo yo.

Atravesó un gran salón que se llamaba el estrado; anduvo por pasillos anchos y largos, llegó a una galería de cristales y allí vaciló un momento. Volvió pies atrás, desanduvo todos los pasillos y discretamente llamó a una puerta. Petra se presentó en el mismo desorden de antes. ¿Qué hay? ¿se ha puesto peor? No es eso, muchacha contestó don Víctor. «¡Qué desfachatez!

Doña Mónica, sorprendida y confusa, no supo qué responder. Vamos, decídase usted, señora. ¡O uno u otro! La patrona vaciló unos instantes, dirigió una mirada compasiva a Barragán que inmóvil, con el tenedor suspendido sobre el plato miraba estupefacto al empleado, y profirió con trabajo: Pues bien, señor de Freire, si he de decirle la verdad... prefiero que se quede el señor de Barragán.

El joven había lanzado un voto redondo, al mismo tiempo que una cosa enorme y pesada pasó silbando como un proyectil por encima de la mesa, haciendo desaparecer la cabeza de Tono, el cual vaciló y se agarró a los tableros, doblándose sobre una rodilla.

Puede ser respondió ruborizándose. , , estoy enterada de todo. Ayer me la han enseñado. ¡Es preciosa! Lo que es en este asunto le aconsejo que no cambie de gusto. ¿Y si cambiase? Iría usted perdiendo en el cambio probablemente. ¿Y si no perdiese? Haría usted mal de todos modos. La condesa vaciló un instante antes de responder así. Octavio, al observarlo, sonrió levemente.

El grande hombre vaciló un momento, atolondrado por la onda de carne femenil que caía sobre él, por el perfume incitante que le envolvía, por los labios suaves que buscaban los suyos, enredando la barba en los dientes de láctea blancura. Pero fué la debilidad de un instante, que pasó como una ráfaga.

¡Ay! ... No verá el día que va a venir... Elena vaciló como herida del rayo y tuve que sostenerla un momento... Después se irguió, sin lágrimas, y me dijo angustiada: Si muere antes del día, no se cumplirá su deseo supremo... Usted lo ha oído; quiere morir en la fe cristiana... Lo he oído. En nombre del Cielo, Máximo, corra usted a la iglesia más próxima... Yo moví la cabeza.

Cuando D. Álvaro abrió los ojos al fin y le vio enfrascado en la lectura, le preguntó sonriendo: ¿Le interesa a usted ese libro, padre? Muchísimo. Pues lléveselo usted... Llévese usted el primer tomo, que ése es el segundo. Y levantándose y sacándolo de uno de los armarios, se lo presentó al sacerdote. Este vaciló en tomarlo. ¿Está condenado por la Iglesia?

Allí vaciló un poco, porque seguía profesando a aquella habitación el mismo respeto que cuando niño. Raimundo dijo, viendo a un criado pasar, entra en el cuarto de papá y pregúntale si puede recibir al señorito Miguel, que desea hablarle. El criado tardó un rato en salir con la respuesta afirmativa. Miguel entró solo.