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De la portada de San Nicolás salían descargas cerradas, disparos de revólvers baratos comprados el día antes por los organizadores de la romería, balazos sin dirección, que iban á perderse en la arena del paseo ó se incrustaban en los árboles.

Madrid, en tanto, servía de asilo a comités o juntas fomentadoras del levantamiento, y la misma libertad, combatida en los campos a balazos, era en la Corte aprovechada impunemente por el bando faccioso.

Pensó que no la vería más. Vuelta la cara a la pared, ¿qué hizo durante el rato que permaneció allí?... ¿Lloró? Quién lo sabe. Tal vez estampó una lágrima en aquella pared donde a balazos estaba escrita la página más deshonrosa de la historia contemporánea. Capítulo XVIII Últimos consejos de mi tío el Canónigo

Había oído muchos tiros y visto caer algunos cadáveres. Por tradiciones de familia se mezclaba allá en su provincia en las cosas de la política. Cada elección era una batalla. Los peones iban a votar en cuadrilla detrás de él con el revólver o el cuchillo al cinto. Insultaban los del gobierno: intervenía la policía en favor de éstos; descarga general de una parte y de otra; muertos que se desplomaban sobre la urna de la elección, balazos curados secretamente en un rancho apartado, sin intervención de médicos y de jueces... ¡y hasta la otra!...

El Mosco y su acólito el Chispas habían caído en una emboscada de los guardas. El maestro había muerto acribillado de plomo; su discípulo y acompañante estaba en el hospital, con dos balazos en un hombro.

Nuestra fragata tenía las velas con más agujeros que capa vieja, los cabos rotos, cinco pies de agua en bodega, el palo de mesana tendido, tres balazos a flor de agua y bastantes muertos y heridos.

Después de penosa marcha por áspera pendiente, donde se hacía necesario trepar con el arcabuz colgado y entre los dientes la espada, ancho y profundo foso corta el paso á las trincheras enemigas; la daga y los crispados dedos substituyen á la escala al trepar por los escalpes; numerosos soldados pagan con la vida su arrojo; el Capitán Ugalde recibe dos balazos; el Mayor Corcuera, acribillado de heridas, hinca la rodilla en tierra y así continúa la defensa de su puesto; el temerario abanderado Amerquita logra plantar su enseña sobre el parapeto enemigo, pero cae cubierto de heridas en la cabeza y garganta; Castelo ataca briosamente por el lado opuesto á los mahometanos, que amedrantados ya, son derrotados y huyen precipitándose por un derrumbadero, donde muchos pierden la vida; y cuando un numeroso cuerpo de moros, conducidos por el mismo Corralat, atacan con furia salvaje, por la espalda, á fin de proteger a los del fuerte, el Capitán Becerra que cubierto de heridas se hallaba postrado, se presenta en la lucha sobre los hombros de dos soldados, arenga á su tropa y acorrala al enemigo con tal coraje, que Corralat quedó herido, salvando la vida en fuga precipitada.

Lo que después pasó se pierde en una especie de densa niebla... Estaba medio muerta cuando Sorege, con un revólver que me habías regalado tiró á boca de jarro tres balazos en la cara de la víctima, ya inerte hacía algunas horas.

En hombros de su ejército esforzado, De balazos el pecho acribillado El campo de batalla abandonó. Estendido en el lecho de agonía Reconcentró de su alma la energía Para poderte contemplar ¡oh Sol! Y á veces repetia el fuerte anciano: «Pueda mirar el astro soberano «Que el dia de la América alumbróEl cielo oyó su ruego.

Madero, un hombre bueno, que gobernaba moviendo veladores y conversando con los espíritus, fué cazado á balazos, lo mismo que un corderillo dulce, en las cuevas del palacio presidencial. El alcohólico Huerta acabó sus días en una cárcel de los Estados Unidos, desesperado porque no le dejaban beber. Al viejo Carranza, que parecía construido para vivir un siglo, lo acaban de asesinar.