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Si le hacía aquella pregunta era porque doña Cristina, que se acordaba pocas veces de Fernando, no viendo en él más que un dependiente, había dicho un día que era igual á su primo el doctor. ¡Si supieras cuánto me hizo sufrir el pensamiento de que esto fuese verdad! No quise decírtelo en las cartas; pero deseaba que nos viésemos para convencerme de que no es cierto. Ahora estoy tranquila.

¡Ay, Nieves! la dijo Bermúdez entonces moviendo desalentado la cabeza : tampoco yo soy lo que fui en el modo de mirar ciertas cosas; también tengo, de poco acá, mi correspondiente velo que me cambia los colores. ¡Si supieras qué fantasmas veo algunas veces, y con qué claridad en otras!

La dije: Te he perdido, he querido perderte: siento que mi culpa es irreparable. ¡Pero si supieras lo que pasa dentro de ! Te pido por favor que no me abandones en este momento en que todo se derrumba en torno mío. Más tarde harás lo que quieras... Ese mismo día, el día de la tempestad había hablado usted también. Estrechada entre nuestras dos pasiones, resolvió morir.

¿Su felicidad?... Esto es lo que me preocupa... ¡Si supieras cuánto me hace sufrir la idea de que lo sucedido pudiera perjudicar a mi hija! No, no la perjudicará, ni siquiera lo sospechará dijo Juan con voz enérgica. Ella no sabrá nada, jamás, de nuestra combinación; las cosas pasarán como si esta catástrofe no nos hubiese afectado... ¡Ah, mi querido señor! ¡todo, con tal que sea dichosa!

Y te juro que nunca trataré de imponerte la mía, aunque me fuera en ello la vida entera... ¡Qué más he de decirte? ¿Lo encuentras poco todavía... para perdonarme... y para quererme como siempre me has querido? ¡Virgen María!... ¡Papá del alma!... ¡Si supieras!... Bermúdez no podía contestar a Nieves con palabras, porque no hallaba medio de articular la más sencilla.

En la oficina lo han dicho; y si vieras cómo están todos bailando de contento... Oficial conozco que no ha dormido en toda la noche esperando el correo; ¡y si supieras, mujer...! A ti te lo puedo decir, y no importa que lo oiga este chico. Oye, oíd los dos: muchos oficiales se han fugado, sin que en los cuarteles ni en sus casas se sepa dónde están.

De todos estos acopios, ninguno tan importante ni eficaz como el de una conciencia tranquila. ¡Si supieras el valor que tiene este consejo por ser mío!... Dígote todas estas cosas siempre que te veo, y aunque que te aburren, porque no hay en tu casa quien te las diga. Tu padre... ¡valiente padre está el tuyo! Tu madre... no quiero decirte ahora lo que pienso de tu madre.

¡No esperaba eso de ti, Nolo! exclamó ella cerca de romper á llorar. ¿Te he dado algún motivo para sospechar que no te estimaba como antes? ¿Has sabido de alguno de por allá á quien no le haya hablado como siempre cuando le vi por aquí? ¿Piensas que soy señorita, que visto este traje por mi gusto?... No, si pudiera no lo vestiría... ¡Desde que vine á este pueblo soy tan desgraciada!... ¡Si supieras, Nolo, qué desgraciada soy!

Ella prosiguió con más ahinco al ver que yo callaba: » ¿Irás a negármelo? ¿Serás capaz de darme un chasco como ése la víspera de tu marcha, cuando tienes que decirme tantas cosas y hacerme tantas promesas? ¡Si supieras qué triste voy a quedar después que te vayas! ¿Qué menos puedes hacer que dejarme al partir el recuerdo de esas palabras tiernas y cariñosas que me hacen tan dichosa pronunciándolas tus labios?

Un día, dos, pase... Pero hombre... ¡Si supieras cuánto me ha ayudado la pobre...! Mañana veremos. No puedo decirle de buenas a primeras que se vaya... ¿Qué te ha traído Prudencia de la plaza de la Cebada? Las tres arrobas de patatas. ¿A cómo? A seis reales. Mira, hijita, no olvides de apuntar todo, para que cuando yo esté bueno, pueda seguir llevando la cuenta del mes. ¿Has traído aceite?