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Creyó escuchar la música sacudida y saltarina de un jazz-band. Siguió con sus ojos la rotación de las parejas que bailaban en un gran rectángulo rodeado de brillantes mesitas.

La primera mazurca de la ruidosa banda puso en conmoción a toda la plazuela. Algunos granujas con tufos y blusa blanca bailaban íntimamente agarrados con femenil contoneo, empujando a la muchedumbre curiosa, chocando muchas veces contra el tablado de la música. Las alegres notas de los cornetines parecían esparcir por toda la plaza un ambiente de alegría. ¡Adiós el invierno!

Después se sacaba la bomba, que era un tonel con una piel estirada, en donde se tocaba con las manos como en un tam-tam, y bailaban los negros. Tom les enseñaba las más extraordinarias jigas de todo el Reino Unido. El negro es un inocente, e iba así en el barco entretenido, sin ganas de sublevarse. Solíamos estar en el Brasil una temporada.

El rey David no creía perder su dignidad por ir bailando delante del Arca. Los coribantes descendían bailando de la cumbre del Ida, las ménades con sus tirsos bailaban en el Citerón, y los profetas de Israel, en impetuoso coro, descendían bailando del Carmelo. No bailaban menos devota y desaforadamente los salios de Roma. Danzas sagradas ó hieráticas ha habido en todas las épocas y civilizaciones.

Y se alejó con la indiferencia habitual en todas. Aquella noche Adriana soñó que las monjas se hallaban reunidas en un confuso salón, iluminado con grandes arañas, y bailaban formando cuadrillas al compás de una música sorda y lenta, pero que estallaba de repente en sonidos agudos y torbellinos de estruendo.

Al caer la tarde, comenzó a sonar un piano viejo en el piso alto del chalet, éste se conmovió con el taconeo de una agitada mazurca. Los señoritos habían vuelto de su excursión por «la montaña», y bailaban, no sabiendo sin duda cómo pasar el tiempo.

De jóvenes se mataban por la mujer soltera; bailaban con el cuchillo oculto en la faja, dispuestos á disputarse la hembra á puñaladas.

Las cuadrillas se bailaban, con una seriedad rígida, casi británica; el vals no dejaba nada que desear por su corrección: la mazurka era de un remeneo de ancas de dudosa moderación, y por último la habanera algo alarmante como chacota de articulaciones.

En el medio bailaban trabajosamente veinte ó treinta parejas ceñidas por una muralla de espectadores que gritaban, reían, y les daban ruidosa cantaleta avanzando insensiblemente y sofocándolas cada vez más. Muchos de ellos estaban ebrios ó tocando en las lindes de la embriaguez y sus chanzas eran descomedidas.

Y luego, ¡qué asco le producían los imbéciles que en aquellos salones al aire libre bailaban como monigotes, sin advertir que el gentío se divertía con sus saltos! En uno de aquellos pabellones estaría su hermano Rafael.