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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Raciocinando con sorprendente rigor matemático, calculó que pues perdía dos cuartos por un lado, era urgente ganarlos por otro; apenas concibió tan luminosa idea, sintió que las piernas le bailaban, y echó a correr con toda la velocidad posible en busca de su abuelo.
El doctor Chevirev no se esforzaba por conservar en la memoria los nombres de sus amigos del Babilonia, y no se daba cuenta de que desaparecían y eran reemplazados por otros. Callaba, sonreía cuando se dirigían a él, bebía su champaña mientras los demás gritaban, bailaban con los bohemios, se regocijaban o se entristecían, reían o lloraban.
Leyó y no entendió: letras, líneas, párrafos y columnas bailaban trocando sus puestos y componiendo estupendos disparates. «Ha sido detenido por blasfemo... el santo del día. CULTOS: en las Calatravas... la Traviata» y otras incongruencias por el estilo.
Y echado sobre las almohadas, miraba pálido las dos tarjetas, que le sacaban la lengua sobre la mesa de noche, diciendo una: Rocchio, y la otra: Portas, y las letras negras de estos dos nombres bailaban sobre la cartulina, dándole mareos. Media hora después, vino la tarjeta número 3, y de la mano temblona de don Bernardino pasó al lugar de las otras.
Pues allí bailaban los chisperos y manolas pintados por Goya; por allí paseaban el gran pintor y las duquesitas hermosas que se hacían retratar desnudas. Aquellos sotillos habían presenciado el período más amable y pastoril de nuestra historia. Piensa, Feli añadía el joven , que por real y medio vivimos como unos señores en plena campiña, y además, el pago es diario: una verdadera comodidad.
En la representación de la loa aparecía una barquilla, brillante como la plata, tirada por dos grandes peces y rodeada de tritones y nereidas, que cantaban y bailaban en el agua. En la barca estaba sentada en su trono la diosa del mar con una urna, de la cual salían varios surtidores, y con un traje largo y de muchos pliegues, de los cuales surgían también en todas direcciones otros surtidores.
Los que así bailaban eran aldeanos, los habitantes de los contornos que, llegada la noche, se volvían a sus casas por los atajos sin pasar por la villa. Las artesanas de Sarrió formaban giraldillas, donde se cantaba a grito herido, abriéndose y cerrándose sucesivamente, dejando en el medio ora un grupo de hombres, ora de mujeres.
Treinta y ocho cadáveres al agua mientras ellos bailaban... ¡Qué cosa el mar, caballeros! ¡Qué secretos los suyos! Resignado de antemano a toda clase de emociones, hablaba tranquilamente del próximo fin de este compatriota. Podía haberse muerto la noche anterior, y lo habrían enterrado en Río Janeiro. Podía morirse tres días después, y le darían sepultura en Montevideo o Buenos Aires.
Era un tabernero de las Ventas, gallego, de recia musculatura, corto de pescuezo y rubicundo de color, que había hecho una pequeña fortuna en su tienda, donde bailaban los domingos criadas y soldados. No tenía mas que un hijo, y este muchacho, pequeño de cuerpo y de contextura débil, estaba destinado por su padre a ser una de las grandes figuras de la tauromaquia.
Cerca de media noche, sudorosos de tanto bailar y de las numerosas copas de aguardiente de caña fabricado en los ingenios de Tucumán que llevaban bebidas, entraron en una casa de la misma especie, donde al son de un arpa bailaban varias mujeres con unos jinetes de estatura casi gigantesca.
Palabra del Dia
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