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En toda su familia, desde tres o cuatro generaciones hasta ella por lo menos, había apuntado algo estrambótico que en algunos de sus miembros tocaba en las lindes de la locura y en otros entraba de lleno dentro.

Poseía también una voz fresca y suavísima y cantaba y tocaba la guitarra con tal primor que pocos la aventajaban en el reino de Andalucía. En Cádiz era conocida y estimada por esta habilidad, aunque pocas veces se lograba oirla desde que se había casado. Sólo entre amigos y después de hacerse rogar tomaba entre las manos el guitarrillo y echaba al aire una copla.

Su brazo era muy pequeño para alcanzar el extremo del mango. Tocaba al revés, pisando las cuerdas con la derecha y rasgueando con la izquierda, puesta la guitarra sobre las rodillas, boca y cuerdas hacia arriba.

Entretanto, Cecilia tocaba al piano unas melodías tristes y melancólicas; pero estaba sola, pues yo había visto a lo lejos a Enrique paseando por una de las alamedas del parque, y, cuando volví al salón, continuaba sola, sentada en un gran sillón, con la frente apoyada en una mano y en los ojos una mirada febril. Se levantó vivamente y se acercó a con la sonrisa en los labios.

Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete.

Una orquesta, oculta en uno de los grandes cenadores, tocaba con brío aires nacionales. Lo mismo damas que caballeros, empujados por el calor que era sofocante, atraídos también por la belleza del espectáculo, salieron de casa y se diseminaron por los jardines. Los pollos consiguieron llevar a algunas muchachas hasta las inmediaciones del cenador, donde estaba la orquesta, y se pusieron a bailar.

¿Se habrá gastado ya el padre toda la plata que ha traído de allá, Fabriciano? No lo pienses, compadre. ¡Si era un montón tan alto que tocaba en el techo! Estoy seguro de que no le ha desmochado todavía el pico. ¿Qué queréis decir con eso? ¿Que yo he traído algo de allá que no fuera mío? preguntó Barragán con dignidad.

La mañana del siguiente día, víspera de nuestra partida, la Vizcondesa encontrábase escribiendo junto a Cecilia, que tocaba el piano: y era aquella música tan alegre y juguetona, que acabó de disipar mis últimas dudas. No es posible pensaba yo entretanto, estar bajo el peso de una pasión cuando se ejecutan semejantes variaciones, y, sobre todo, cuando se ejecutan con tanta perfección.

Jerónimo, en pie detrás de Catalina, con las manos cruzadas sobre un garrote, casi tocaba el carcomido techo con su gorro de piel de nutria. Todos estaban tristes y desanimados. Hexe-Baizel, que levantaba de vez en cuando la tapadera de una olla, y el doctor Lorquin, que rascaba la cal de la pared con la punta de su sable, eran los únicos que conservaban su aspecto habitual.

El vestido que me enviaste tenía delante, y los corales que me envió mi señora la duquesa al cuello, y las cartas en las manos, y el portador dellas allí presente, y, con todo eso, creía y pensaba que era todo sueño lo que veía y lo que tocaba; porque, ¿quién podía pensar que un pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?