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No digo lo contrario... no, señor; pero vea: esos mozos que están con usted... ¡Son pavadas! de ellos, que quieren que me pase el día escribiendo cartas a cuantos imbéciles me escriben... No es eso... no... don Melchor... ...y que se espantan porque tomo vino en la mesa. Tampoco... don Melchor... ...como si pudiera hacerme mal. ¿Quién va a decir eso?...

Si me abandonas cuando yo no te ame ya, te lo agradeceré; si me traicionas cuando todavía te ame, te mataré. haz otro tanto. Mi derecho es igual al tuyo. Así proceden todos los hombres, a despecho de los códigos imbéciles y de las hipócritas predicaciones.

Sin duda me crees brujo, ¿no es verdad? porque guardas como un tesoro las llaves de este camarín, donde escondes todos tus secretos en los secretos de esos secreteres, y sabes que nadie puede entrar aquí si no le das las llaves de esas tres puertas; y esas tres llaves no se separan de ti desde hace trece años: desde que eres favorito del rey más desfavorecido de ingenio que ha criado Dios para ejemplo de reyes imbéciles y torpes.

Exámen de la máxima «piensa mal y no errarásEl mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razonescomo si el Evangelio nos enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su adolescencia.

Hace un momento, por ejemplo seguía diciéndole confidencialmente a Pomerantzev, acariciándose la larga barba , hace un momento coqueteaba con usted y conmigo, y estoy seguro de que ahora se está burlando de nosotros, y, escondida detrás de la puerta, ¡está llamándonos imbéciles! ¡Está ahí, créame usted! Hasta juraría que está haciéndonos muecas. ¡Oh, conozco muy bien a esa maligna criatura!

Qué rustrió ni qué.... ¡Imbéciles!... Y aunque tamaño absurdo fuera atendible, ¿de qué serviría cuando la pared cayó un cuarto de hora después que sonó el tiró?... ¿Pero tu haces caso de esas socaliñas? dijo don Silvestre, hasta entonces mudo espectador. Á esta gente es preciso conocerla. ¿Á que anda el tío Merlín en el ajo? Justamente contestó el pobre hombre.

LA GENERALA. ¡A ver...! Las «Damas de Aquitania», la Sociedad rival, se las habían compuesto para acaparar todos los heridos graves de París y todos los cirujanos famosos... ¡Figúrese usted cómo se burlarían de nosotras...! Yo me las arreglé de tal modo, que al fin decidieron enviar a nuestro hospital modelo una parte de los heridos, que las imbéciles de enfrente pretendían acaparar.

La mentira es la esencia misma de la humanidad. ¿Creen ustedes que se hace jurar sin objeto á los testigos que dirán la verdad, bajo pena de trabajos forzados? Pues se sabe bien que, aun así, no dicen más que lo que quieren ó lo que pueden. Hay que tomar y dejar. Unos son imbéciles, otros mal intencionados.

La antevíspera, por la noche, había llegado a decirle: ¡Es usted un hombre muy desgraciado, Petrov! A Petrov le complació mucho oír aquellas palabras de verdad y de compasión, mucho más apreciables sabiendo, como sabía él perfectamente, que el doctor era un vulgar egoísta, un borracho y un libertino, que había fundado su clínica con el único objeto de explotar a los imbéciles.

No me hables de ellas.... ¡Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo que creen ir tan elegantes. ¡Oh, aquellos tiempos míos!