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Y los violines sonaban con más dulzura, las luces adquirían mayor brillo en el crepúsculo invernal, los hombres entornaban los ojos acariciándose el bigote, y algunas matronas corrían instintivamente sus sillas atrás, apartando los ojos como si viesen de pronto, formando montón, todas las perversiones de la época.

Miquis estaba alegre como un niño, porque también en él, parroquiano constante del Retiro, hacía sentir su influjo la vegetación nueva de Primavera, los juegos del sol entre las ramas, el meneo de las hojas acariciándose, y aquel ambiente, compuesto de frescura y tibieza, que al mismo tiempo atemperaba el cuerpo y el alma. La capa le daba calor. Se la quitó arrojándola por tierra.

Muebles: dos estantes de cedro, con alambrera, llenos de libros viejos, infolios monumentales, añosos pergaminos que nadie tocaba, en los cuales ninguno ponía mano, y que estarían hechos polvo. Y cuenta que, según me dijo cierto día Castro Pérez, valían mucho, mucho, ¡mucho! ¡Nada, joven! repetía el abogado acariciándose el abdomen. En esos libros está la ciencia.

Vistiendo un smoking azul con galones de oro, brillándole la calvicie sudorosa y acariciándose las barbas, iba desenredando lentamente su madeja oratoria. Una gran parte del auditorio no le comprendía, pero todos conservaban la mirada puesta en él, con la fijeza de la incomprensión, aumentándose con esto los titubeos verbales del marino.

Hace un momento, por ejemplo seguía diciéndole confidencialmente a Pomerantzev, acariciándose la larga barba , hace un momento coqueteaba con usted y conmigo, y estoy seguro de que ahora se está burlando de nosotros, y, escondida detrás de la puerta, ¡está llamándonos imbéciles! ¡Está ahí, créame usted! Hasta juraría que está haciéndonos muecas. ¡Oh, conozco muy bien a esa maligna criatura!

Verdaderamente, mi facha no es para acompañar á una señorita. Usted va á venir conmigo, y yo no dónde meterla, pues las ropas ligeras que me cubren en este momento carecen de bolsillos. Quedó en actitud reflexiva, acariciándose la mandíbula inferior con la mano que tenía libre, mientras sostenía á la joven en la palma de la mano opuesta. ¿Se siente usted capaz de viajar montada en mi cabeza?

Mientras los novios, sentados en los pendientes ribazos, con los cañares a la espalda, hablaban del porvenir, acariciándose castamente, y en pleno idilio daban fin al puñado de altramuces, Micaela permanecía inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente, resbalaba por la inmensa seda del cielo sin quemarla, y al acercarse en su descenso majestuoso al límite del horizonte, se sumergía en un lago de sangre.

Las mejillas se enrojecían, expeliendo en su dilatación la capa de polvos de arroz; los ojos brillaban, los empellones y las corridas impetuosas parecían enardecerlas, como muchachas que se embriagan con la violencia de sus juegos, y en las expansiones a que se entregaban, acariciándose los inflamados rostros, besándose ruidosamente, parecía notarse algo de desprecio por los hombres que iban detrás.

De pronto, se abrieron los paños como rasgados de alto a bajo, y dejaron ver un instante el ámbito de la estancia que ocultaban. El santuario de Fortuna era una alcoba. Hacia el fondo sonó el estallido desigual de un beso doble, y enseguida, salió tranquilamente un hombrecillo insignificante, feúcho, pequeñuelo y vulgar, que con aire de triunfo venía estirándose los puños y acariciándose la barba.

Los guerreros de la Guardia, siempre con una mano en la empuñadura de la espada y acariciándose con la otra sus rizosas melenas, miraban á lo alto, sonriendo á las señoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y sus velos.